Y fijáos bien que no he dicho que no veo españoles, no, no, es que directamente no veo BLANCOS. Todo son seres más negros que el tizón, indios de la selva amazónica, extraños pakistaníes o moracos con pinta más que peligrosa. Ya ni siquiera veo al típico rumano perdido o a las bielorrusas pechugonas que de vez en cuando alguien se encontraba por la calle. Llevo dos días completos aislado en mi propio país, rodeado de seres salvajes que pululan por las calles sin un rumbo fijo, sin trabajo ni ocupación, a pleno sol tirados en un banco, en la acera o en mitad de la calzada. Uniformados con extrañas túnicas de colores, turbantes y prendas de la más extraña índole. Pasan junto a mí hablando dialectos incomprensibles, algunos me miran en actitud amenazadora. ¿Dónde están los blancos, se los han comido, los han matado a todos para robarles y así seguir viviendo del cuento? ¿Pero qué coño pasa aquí?
Cuando por fin llego a casa, temblando, temeroso, pensando que nuestro país se ha ido al garete ante esta invasión consentida por parte de un puñado de politicuchos hijos de puta, progres, anormales y sarnosos, me asomo a la ventana como queriendo coger un poco de aire fresco y despertar de esta pesadilla. Veo siluetas cruzando la calle, esperando el autobús, entrando por la boca del metro, y siguen siendo todos oscuros, continúan avanzando por la acera en pleno horario de trabajo, pero no para ellos. Están libres de oficio, reciben ayudas, viven del cuento, el nazi pucelano nos roba nuestro dinero para dárselo a ellos. Y ellos, no contentos con semejante regalo enfermizo nos roban, nos apalean, nos atacan, nos invaden. Sí, amigos, hemos ido dejando correr el asunto como si nada pasara y ahora ya es demasiado tarde, la INVASIÓN se ha consumado.