No pretendo convertir este blog en un anuncio ambulante ni comenzar a introducir publicidad como si esto fuera una película de Tele5 (aunque debe hacer años que no ponen ni una peli en esa cadena), pero es necesario hacer hincapié en situaciones, lugares y hechos inapelables. Es más, este post, aparte de muy útil, es de justicia.
Los aficionados al cine de verdad (o sea, que no me refiero a la peña que llora cuando ve Titanic o La Guerra De Los Mundos de Tom Cruise) supongo que ya tendrán en mente el jeto de Dustin Hoffman sujetando unas gafas rotas y lleno de barro hasta el cuello. Es lo que pasa cuando uno ve u oye el vocablo francés "papillón", título de una novela cuya adaptación cinematográfica es, a juicio del vikingo macabro, una de las grandes obras maestras del cine. Creo que lo primero que me atrajo de este film fue el hecho de que el autor de la novela (y personaje protagonista de la trama puesto que es una especie de autobiografía), Henri Charrière, se fuera al hoyo justamente el mismo año que se estrenó la peli (1973). No quiero pensar que fue después de ver lo que habían hecho con su novela, aunque quién sabe, los novelistas son gente muy rara.
Pero hoy no vamos a hablar de cine, no, qué coño, ni mucho menos. Vamos a hablar de dos de los tres mayores placeres de la vida: papear y tajarse. Por cierto, el tercero no es el que estáis pensando, so cerdos. Cuando uno visita la hermosa ciudad de Salamanca, suele caer en el tópico de las visitas turística obligadas: Plaza Mayor, Catedral, buscar una puta rana en una pared... Pero lo que el gran público desconoce y es labor de este blog publicitar es la existencia, en un sórdido entresijo de calles de la ciudad helmántica, de "Papillón", el garito con los riñoncitos con cebolla más criminales de todo el planeta.
No tengo muy claro a qué coño viene el nombre del sitio; si es por la peli, no lo entiendo ni de lejos, y si es por cualquier otra razón, la traducción de "papillón" al español es "mariposa", y precisamente mucho mariconeo y delicadeza no es que exista en este sitio. No entraremos en detalles, porque hasta que uno no experimenta el placer de apoyarse en la barra de Papillón y empezar el recital etílico-culinario, no se puede imaginar lo que allí le espera por mucho que ahora intentemos describirlo. Y por supuesto, del precio ni os preocupéis, porque al acabar este reencuentro con los instintos más primitivos del ser humano, vuestro bolsillo se llevará una más que grata sorpresa. Agradecer también al Bar Hamburgo, en la misma acera que Papillón, el asqueroso olor a aceite requemado que me hizo, por una de esas casualidades del destino, salir de allí completamente asqueado en dirección al paraíso papillonesco.
No quisiera dejar de comentar el atractivo que produce también que en esta zona de la capital salmantina las calles tengan por denominación el nombre de personajes tan civilizados y amantes de los pueblos indígenas americanos como Hernán Cortés, Pizarro o mi preferido, el Gran Capitán Pedro de Valdivia (más conocido como el Exterminador de Chile), que encima hasta tiene dos calles. También me pone especialmente cachondo la calle de Espronceda, pero eso es otra historia. De momento disfrutemos de unas cañitas y unos pinchos de tortilla violenta en Papillón.