miércoles, 10 de octubre de 2012

Dos sudakas en un tren

Un viejo amigo de suma confianza me contaba hace unos pocos días esta historia que le aconteció a principios de este mes mientras viajaba a bordo de la línea ferroviaría que une Valencia con Cartagena. Una anécdota más que demuestra la pérdida de papeles de España y los españoles y la cobardía extrema a la que han sido sometidos los nativos del país a base de tanto lavado de cerebro con la pseudo-corrección política y los maricomplejismos de mierda. Dos sudakas en un tren, para no perdérselo.

Y es que se daba la casualidad de que dos sudakones de pintas más que andrajosas cayeron en asientos continuos en la citada línea ferroviaria durante la susodicha travesía. Ella, paraguaya, vestida y pintada como un loro y con auténticos malos modales, ya cuando subió al vagón enfrentándose con varios pasajeros, ya una vez iniciado el viaje hablando a grito pelado con su mono compañero de asiento. Es así como todo el vagón, incluyendo a mi viejo amigo, se pudo hacer eco de una conversación que me da que incluso retumbaba más allá del citado convoy, desperdigándose por las estaciones por las cuales el tren iba pasando. Él, colombiano, pinta de chimpancé a medio domesticar, gruñendo más que hablando y mirando de forma desafiante a todo aquel que pasaba a menos de dos metros de él. Cuidado que te saco la navaja y, ojito, que como es mi cultura el que irá al talego serás tú.

Pero lo que mi viejo amigo quiso referirme para que yo me hiciera eco de ello en el blog, fue la conversación que durante más de dos horas ambos especímenes mantuvieron, como ya he dicho, a grito pelado, para vergüenza e indignación (o al menos así debería de ser en un país normal) del resto de viajeros del tren. Ella iba ya a casarse por cuarta vez en España. Su primer marido era, todo según ella por supuesto, un maltratador peligroso (qué raro) al que se regodeaba de haber metido en el talego durante varios años y así poder quitarle todas sus pertenencias, que tampoco eran muchas por lo visto. Pobre hombre. El segundo y el tercero eran medio-maltratadores, esto es, que ella le dijo al juez que también la maltrataban (qué casualidad, hombre) pero como la cosa no acabó de quedar muy clara, esta vez no les tocó cárcel, simplemente les desplumó, quedándose ella con la mayoría de las pertenencias de los tontos en cuestión y por supuesto reclamando una sustanciosa pensión. Ah, el último no tenía pasta para pasarle la pensión (cosas del desempleo inducido por Zetamierdoso), así que acabó en el talego también. Y ahora iba a por el cuarto porque, pobrecita ella, se había pulido ya en vivir a cuerpo de rey los pisos, coches y demás enseres que había literalmente robado a sus anteriores esposos. A todo esto, la tipa tenía también dos o tres hijos en su país de los que no se hacía cargo porque para eso estaban sus anteriores mariditos paraguayos. Que vete tú a saber de la historia de éstos. Toda una ficha la señora.

El colombianito tampoco se quedaba corto. Había estado dedicándose a negocios sucios en España, estafando medicamentos a la Seguridad Social, enviando dinero negro de sus trapicheos a su país y demás aberraciones que el tío no se cortaba un duro en proclamar a grito pelado en mitad del tren. Olé sus huevos, aunque a ver quién le dice algo que le saca la navajita o el revólver. Y ahora, y bien alto que lo decía el muy mono, estaba pensando en irse a su país porque por lo visto en el país de mierda que es España (así se refería a la nación que lo había acogido) ya no hay nada más para robar. No queda dinero para estafar ni gente a la que tomar el pelo robándole sus bienes. Y a grito pelado que lo aseguraba y reaseguraba el muy hijo de mala madre en mitad del vagón. ¿Callarse, para qué? Si le dices algo eres un racista, y total, él ya estaba acostumbrado a vivir como un rey mientras los españoles se morían de hambre. ¿Qué problema iba a haber por comentar todos sus timos en voz alta en mitad de otras cincuenta personas?

¿Dijo alguien algo a estos dos infrahumanos que se reían a costa del maricomplejismo del populacho español? ¿Alguien en el tren saltó hasta los cojones de tanta humillación para cuanto menos callar la boca a semejante par de maleducados delincuentes? Ya sabéis la respuesta tratándose de España. NO. La cobardía, el aborregamiento, el idiotizamiento y la gilipollez más profunda se han adueñado de los débiles y putrefactos cerebros de los españolitos de a pie. Me insultan, me callo y hasta me fustigo a mí mismo. Y espérate que igual levantas la voz y son el resto de tus compatriotas los que te silencian. Hasta este punto de idiotez absoluta se ha llegado en España a base de adoctrinamiento y brainwashed teledirigido desde desgobiernos cobardes y enfermizos como el del hijo de puta de Rodríguez Zetaparo o el bobo integral maricomplejín de Mariano Rajoy. Pues visto lo visto, que nadie se extrañe de nada, así le va a España y así le seguirá yendo por los siglos de los siglos. Amén.
 
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