sábado, 28 de diciembre de 2019

Lo que hice en Navidad

Que si fiestras entrañables. Que si estar con la familia. Que si regalos. Que si comilonas con parientes a los que no quieres ni ver y a los que tienes que poner buena cara a la fuerza. Que si conversaciones de mesa estupidas. Que si aguantar a imbeciles. Que si... Bueno, que cojones, que para mucha gente la jodida Navidad es todo eso y mas aun. Cosas positivas y negativas. Me da igual. Fijo que cada cual tiene su vision particular y diferente del tema. Y respetable, supongo, o al menos hasta cierto punto. Vamos, lo de siempre, que yo respeto a los que me respeten a mi y a los demas. A los que vayan por ahi de dictadores de medio pelo imponiendome lo que ellos quieran que yo haga, a esos hijos de puta si que no los respeto ni lo mas minimo. Es mas, los colgaria por las pelotas.

Bueno, a lo que iba. Que yo no he hecho nada de todo eso en mi Navidad. Otros años, por ejemplo, me he dedicado a currar. Este ni eso. Me han dado dias libres y eso que no los queria. Entonces es posible que os pregunteis a que cojones me he dedicado. Pues esta claro. A beber. Diria las veinticuatro horas durante cuatro dias seguidos, pero mentiria, porque por en medio he dormido la mona la ratos. Pero bueno, que a parte de esos malos sueños totalmente alcoholizado, si, me he dedicado, basicamente, a mamar como un cosaco. Con razon al tercer dia el higado ya me daba pataditas. Y ahora si quereis os podeis echar las putas manos a la cabeza y llamarme de todo. Realmente me la suda. Es mas, por cada palabra malsonante que me solteis quiza me abra una nueva cervecita.

Pero lo mejor de todo no ha sido el bebercio, aunque eso es dificil de superar, sinceramente. Que va, la sensacion mas cojonuda ha sido el realizar esta actividad completamente en solitario. Cuatro dias yo solo en mi casa pasando olimpicamente de la jodida Navidad y de todas las putas personas de este planeta. Simplemente abriendome una tras otra y poniendome tan piripi como podia. ¿Antisocial? Seguro que muchos es lo primero que pensais. Pues yo diria que no. Simplemente que estoy hasta las pelotas de esta sociedad enferma y lavacerebros, que no es que vaya a acabar muy mal, es que ya esta realmente peor que mal, en el puto fondo, hundida, llena de mierda y lista para ser exterminada.

Mirad, esto es algo que sucede aproximadamente cada quince o veinte mil años. Algunos investigadores dicen que concretamente cada doce mil. Da igual, el tema es que sucede. La humanidad llega hasta un buen nivel de desarrollo tecnologico, pero de pronto una absoluta estupidez integral se apodera de los cerebros de las agilipolladas personas y estas dejan de pensar. Y simplemente se mueven al son de lo que sus hipnotizados cerebros captan desde las ondas que se introducen en lo mas profundo de la mente para convertirnos a todos en imbeciles profundos. En esta era actual estas señales invasivas vienen desde la caja tonta, la puta television. Mucho han trabajado los de arriba para meternos una a cada uno de nosotros en nuestros hogares. O dos o tres o cuatro, depende de la opulencia de cada familia. Bueno, en realidad yo no tengo ninguna. Pero esto mas que con mi riqueza o pobreza tiene que ver con que a mi no me apetece que me jodan la chola con sus mensajes subliminales.

De todas formas no me voy a extender mas con esta mierda de las ondas y las extinciones de las diferentes humanidades que han poblado el planeta a lo largo de toda su historia. Entre diez y veinte humanidades anteriores es lo que algunos han llegado a calcular. Pero todo eso es mejor ocultarlo. Para que no sepamos que acabaremos como ellos. Bueno, pero si eso dejo el tema. Porque no voy a poder convencer a nadie. Es como hablar con paredes detras de cuyos tabiques solo hay excrementos podridos. Es por esto, que ya que no puedo relacionarme con tanto imbecil que anda suelto por ahi, pues me dedico a beber durante estas fiestas navideñas. Y ya basta de escribir, que tengo sed. Voy a abrirme una. Hasta la proxima, si es que hay proxima...

sábado, 14 de septiembre de 2019

El fin de semana interminable 4. Martes

Suena el despertador a las ocho y media. En cualquier caso ya llevo despierto un buen rato. Pero está bien lo de las alarmas del móvil porque esta me recuerda que tengo una entrevista a las diez. Yo ni me acordaba, pero por suerte no llevo una resaca demasiado potente y aún voy a tener tiempo de sobra para pegarme una duchita. E incluso me voy a permitir el lujo de ir paseando, es una media hora y me vendrá bien estirar las piernas un poco después de no salir mucho de casa en las últimas tres jornadas. Y a todo esto, Boris anoche se quedó sopas sobre la mesa. Y resulta que hoy a primera hora tenía una cita en la oficina de empleo. ¿Se habrá acordado? ¿Se habrá despertado a tiempo y habrá salido en dirección hacia su zona, la cual no pilla demasiado cerca que digamos?

Pienso en todo esto mientras me aseo en la ducha, casi sin querer bajar hasta el salón y averiguar la respuesta. Pero el caso es que al final tengo que hacerlo, así que cuanto antes mejor. Bajo las escaleras y me encuentro la puerta cerrada. Malo. Exactamente igual que ayer, la voy abriendo poco a poco para descubrir el escenario del crimen. Estancia a oscuras y cadáver en el sofá. El de Boris, obviamente. Son casi las nueve y media. Intuyo que no ha acudido a su cita. Le doy un pequeño meneo en el brazo avisándole de que yo sí que tengo que acudir a mi compromiso. El tipo entreabre los ojos y mira su reloj. "Que se joda la oficina de empleo", balbucea. Acto seguido se gira hacia mí y me mira con ojos vidriosos. "Ve a tu cita que yo te espero aquí cuidando de la casa", dice con la más absoluta naturalidad. Y se da media vuelta, se tapa y sigue roncando en el sofá.

No me queda más remedio que hacer lo que dice. Inicio mi paseo bajo un sol que no sé de dónde cojones ha salido pero que parecía estar esperándome. Joder, qué puto calor. Acudo a mi cita. Bien, ya he cumplido, asi que vuelvo para casa apretando el paso, a pesar de que el sol sigue dándome por culo. Tengo prisa por ver si este menda se ha largado de una puta vez o sigue dormitando como un bendito. Aun asi, antes hago una paradita en el supermercado polaco, una de mis tiendas preferidas del barrio. No solo por las maravillosas viandas que alli puedo adquirir y que amenizan mi estomago de una forma mas que espectacular, sino especialmente por las esculturales dependientas del lugar. Joder, que hembras. Bueno, al final entre babeos me dejo casi quince pavos en diferentes papeos que muy pronto van a ser ingeridos.

Boris ya esta despierto. Sentado en el sofa con la mirada perdida y con cara enfurruñada. Ni siquiera el ver la bolsa con toda la comida polaca parece reconfortarle mucho. Me cuenta que desperto poco despues de mi marcha y entonces se dio cuenta de que no le quedaban Guinness. Asi que fue al supermercado a por mas. Y alli vivio su peor pesadilla. Una dependienta gorda, con aspecto y trato desagradable, se nego a venderle otra caja de su preciado caldo etilico. La razon alegada fue que el comprador, o sea Boris, apestaba a alcohol y tenia pinta de ir completamente borracho. No lo puedo evitar pero me parto el culo. Situacion surrealista que solo le puede pasar al que realmente esta desesperado por mamar. Es mas, jamas he sabido de nadie, y mira que he conocido tios que han ido en malas condiciones a comprar, al que le haya acontecido algo similar.

Entonces se me ocurre preguntarle a Boris por que cojones no ha ido al badulaque o a cualquier otra tienda a por el chumeo. Pues ni siquiera se le habia pasado por la cabeza. Sus ojos se acaban de iluminar con la idea mas logica que le acabo de dar, y que a el ni se le habia ocurrido. Cosas de rasquines. Finalmente acabamos en el badulaque, donde la dependienta india tambien me pone muy nervioso y ambos hacemos acopio de provisiones liquidas. Y ahora a casa a meternos unos buenos bocatas a base de cerdo polaco, quesos y demas guarradas de las recien adquiridas hace apenas media horita. Buen provecho.

Mientras comemos y mamamos, Boris vuelve a empezar con su cantinela de marcharse en veinte minutos. Yo ya no me creo nada. De pronto alguien llama a la puerta delantera. El cartero o algun otro hijo de puta vendiendo algo. Voy a abrir y asi nos partimos un rato el culo con quien sea. O tal vez no. Tam aparece impasible ante mi, descalzo y en calzoncillos, con un par de bolsas llenas de chelas de varios tipos. Se ve que el hombre finalmente recapacito sobre el gorroneo del sabado y ahora nos obsequia con mas liquido. Joder, pues tampoco le vamos a hacer ascos. Lo malo es que habra que aguantar su taladro durante toda la tarde. Y quiza incluso mas alla.

Hoy el viejo la ha tomado con Boris. Cada dos minutos se gira hacia el y, mientras le observa de arriba abajo, le suelta un "pero que feo que eres" que, viniendo de un tio que tampoco es que sea Adonis precisamente, suena realmente desagradable. Y asi se tira toda la tarde. Al final ambos empiezan a insultarse, que si puto polaco, que si irlandes de mierda, que si feo, que si borracho taleguero... y a continuacion empiezan a soltarse galletas. Yo ya no me abro mas cervezas porque intuyo que van a empezar a destrozar la casa en mitad de una especie de combate de boxeo. Pero las bofetadas por suerte no llegan a puñetazos. Y lo mejor de todo es que, aunque va como una cuba, en un momento dado parece que el anciano vecino intuye que puede perder el enfrentamiento y, excusandose porque tiene que hacer no se que llamadas, se retira en direccion a su vivienda.

No me lo puedo creer. Esto ya pintaba a que el sabado noche iba a volver a empezar. En estas llega Radek de currar, que dice que se acaba de cruzar con el vecino y que se parte el culo al ver a Boris todavia en casa y con una pinta en la mano. La ocasion me viene que ni pintada para sugerir a mi eterno invitado que le puedo acercar al centro a pillar el bus directo a su barrio, antes de que dejen de haber buses, y es que ya son las nueve de la noche. Para mi sorpresa, y despues de unos pensativos segundos, Boris me espeta que es una muy buena idea. No le dejo que se arrepienta de su decision, arranco el coche y en diez minutos dejo el paquete en la zona mas centrica de la ciudad. Ahora mismo esta cayendo una buena tormenta, pero me da igual, me relajo conduciendo de vuelta a casa y sonrio con satisfaccion sabiendo que, por fin, el fin de semana interminable ha finalizado.

viernes, 13 de septiembre de 2019

El fin de semana interminable 3. Lunes

Por lo general suelo dormir seis horas. No me acuesto muy tarde pero me levanto pronto para ir a trabajar. Lo que pasa es que los días que no trabajo hago exactamente el mismo horario. La típica mierda de que el cuerpo se habitúa. Así que no soy de esas personas que cuando llegan sus días libres se quedan en la cama hasta mediodía. Además de que una vez que abro los ojos me aburro retozándome por entre las sábanas. En realidad esa actividad no es nada higiénica tampoco. ¿Sabéis la cantidad de mierda, ácaros y bichos varios que pululan por vuestra cama? Pues eso, que duermo lo justo y para arriba, es lo que suelo hacer.

Pero hoy eso de dormir seis horitas y seguir la rutina de mi cuerpo ha quedado olvidado. De nueve a nueve. He dormido doce horas y del tirón, lo cual en mí es impensable, siempre despertándome a mitad de noche a mear o a causa de alguna pesadilla especialmente truculenta. Sigo sin creérmelo, doce horas. También es cierto que llevaba cuarenta y ocho sin pegar ojo. Y ya no solo era cansancio físico, también mental a causa de tener que aguantar a toda esta pandilla de tarados pululando y haciendo barbaridades por toda mi morada. Y esa ahora va a ser mi primera preocupación del día, por cierto. ¿Qué cojones habrá pasado con toda esta caterva de anormales?

Veamos, de Radek no se supo nada en toda la jornada de ayer. Intuyo que se tiraría todo el día intentando dormir ya que hoy, como cada lunes, salía en dirección al trabajo a las seis de la mañana. Uno menos. El viejo Tam se tiró ayer todo el día muerto en las escaleras. Cuando paso por la zona donde yacía su cuerpo, la encuentro vacía, y con la inesperada y grata sorpresa de que el lugar está bastante impoluto. Ni vómitos, ni escupitajos, ni ningún otro tipo de excremento que revele que hasta no hace mucho había un tipo moribundo ocupando ese espacio de la vivienda. Finalmente llego al piso inferior y me encuentro la puerta del salón cerrada. Esto ya no me huele tan bien. Fijo que se han juntado aquí todos y han vuelto a empezar a mamar.

Con el máximo cuidado voy abriendo poco a poco la puerta y ante mis ojos comienza a aparecer una oscura y bastante recogida estancia. Tan solo una figura, tapada por varias mantas, parece dormitar muy plácidamente en uno de los sofás. Con la puerta ya totalmente abierta distingo más claramente la situación, el salón está perfectamente limpio, ni un resto de botellas, latas o comida. Me pellizco para ver si estoy soñando y en ese mismo momento el individuo en posición horizontal se da la vuelta y puedo ver la asquerosa boca sin dientes de Boris que lanza un tremendo bostezo e intenta balbucear algo. Y finalmente el feo durmiente abre los ojos al tiempo que, aún somnoliento, pregunta "¿qué hora es?".

Pues sí, tío. Hemos dormido doce horas del tirón. Y Tam ya no está. Bueno, parece ser que Boris lo vio pasar entre sueños en dirección a su casa. Que muy lejos no está. Básicamente pared con pared. Pero ya era hora de perderle de vista, joder. ¿Y lo de la limpieza del salón? Pues ninguno de los dos recordamos haberlo limpiado y el viejo fijo que no ha sido. Y Radek antes de ir al curro recién despertado tampoco me da que estuviera en las mejores condiciones para realizar semejante tarea. Bueno, qué más da. Quizá haya espíritus en la casa. Pues brindemos por ellos. Nos abrimos un par de chelas y nos disponemos a tomar nuestro desayuno líquido en este lunes de final del verano que sirve para abrir la semana.

Después de unas cuentas cervezas decidimos ir a hacer la compra. Yo estoy todavía obsesionado con la carne de cerdo que Tam nos birló de la barbacoa que hicimos el sábado noche. Así que nos compramos unos tronchos de cerdo y unas dumplings polacas para la noche, y por supuesto más chelas, que nos da que el día va a ser largo. Comemos y mamamos como auténticos cerdos durante todo el día, a pesar de que Boris no para de repetir cada cierto tiempo "me tengo que ir en veinte minutos", y es que parece ser que tiene una cita en la oficina de trabajo el martes por la mañana y todavía tiene que pasar por casa. Y vive en el otro puto extremo de la ciudad o incluso más allá. No lo puede dejar pasar hasta mañana a última hora.

Pero el tiempo discurre y nada sucede aparte de la moña que estamos agarrando con música de Queen de fondo. A eso de las siete Radek llega de currar y se parte el culo al vernos exactamente en la misma posición que teníamos el sábado por la noche. Se echa las manos a la cabeza y entre tremendas carcajadas se sube a su habitación a dormir. Por lo visto aún le colea la resaca. Y con la tontería ya es de noche nuevamente. Y lo peor es que se nos han acabado las chelas. Vamos corriendo a la tienda de barrio antes de que cierren y así nos hacemos con metralla para pasar las postreras horas del día. Me da que a Boris ya se la suda lo de la cita en la oficina de empleo y se va a quedar en el sofá una noche más. Bueno, el caso es que finalmente llegamos a la tienda y... ¿quién está en la puerta del local totalmente doblado? Tam.

Se ve que después de tanto dormir en la escalera y llegar a su casa, ya no tenía más sueño y se encontraba la mar de despejado. Así que optó por pedir dinero a un colega y hacerse con más mamoneo. Sí, lo del gorroneo de este tío es ya algo extremo. Y ya va fino, pegando alaridos de nuevo, esta vez en mitad de la calle, y metiéndose de forma bastante sexualmente desagradable con todas las pájaras que entran y salen de la tienda. Boris y yo entramos en el badulaque a hacernos con nuestra recompensa etílica y salimos por la espalda de Tam en un descuido de este mientras piropea de forma muy babosa a una vieja gorda que va con muletas. Nos hemos librado de él. Al llegar a casa cerramos las cortinas y subimos la música de Queen a toda leche para evitar oír si llama a la puerta.

Deben de ser algo así como las once y el pedo es enormemente intenso. Mientras nos comemos las dumplings polacas seguimos mamando y conversando. En una de estas le pregunto algo a Boris sobre un viejo compañero de curro del que no sé nada y no me responde. Levanto la vista del plato y veo que el tío se ha quedado dormido con la cabeza sobre la mesa justo al lado de la cena, la cual se ha dejado a medias. Por lo menos no se le ha caído la nariz sobre las dumplings. Acabo con mis manjares y, dando tumbos, subo por las escaleras en dirección a la cama. Obviamente, al final Boris no se ha ido en veinte minutos.

jueves, 12 de septiembre de 2019

El fin de semana interminable 2. Domingo

Siempre me gusta ponerme la radio antes de dormir. O mejor dicho, la dejo puesta mientras voy cogiendo el sueño y a veces me encuentro la curiosa situación de despertarme seis o siete horas después y la radio sigue a lo suyo. Programas de misterio. Los típicos divulgadores de este tipo de historias tienen esa voz que te hace poco a poco ir cayendo casi sin quererlo, incluso aunque te interese el tema. La mayoría de las veces me tengo que poner el mismo podcast como unas diez veces antes de por fin conseguir escucharlo entero sin quedarme dormido. Con algunos, los más largos, suelo perder la esperanza y los dejo perder. Una pena. Pero que se jodan, coño, haberlos hecho más cortos y llevaderos.

Las siete de la mañana no es una hora habitual para mí para irme a la cama, vamos, ni de lejos. Acostumbrado como estoy a no llegar ni a ver la medianoche. Pues ese desfase horario va a provocar que no pueda coger el sueño. Ni con el programa de misterio de turno sonando en mis oídos. Pero qué cojones, llamemos a las cosas por su nombre, si no puedo dormir es porque el tarado de Tam continúa pegando alaridos por la casa debido a la enorme chuza que se agarró ayer. De hecho incluso llega a subir las escaleras y entrar dos veces en mi habitación. Y allí se encuentra a un tío tumbado boca arriba con los ojos cerrados y los auriculares en las orejas. Se debe de pensar que estoy muerto porque me agita violentamente cogiéndome del brazo. Le abro los ojos vidriosos denotando con una simple mirada que estoy hasta los huevos de él. Y tras balbucear cuatro frases inconexas se retira de la estancia.

Al final no puedo pegar ni ojo. En un momento dado, y cuando ya me da por apagar la radio e intentar dormir de cualquier manera, el móvil comienza a vibrarme con mensajes. Es Boris, que sigue en el salón. Y que me escribe para decirme que le he dejado a solas con un puto psicópata. Sin duda se refiere a Tam, que como no tenía a nadie más a quien pillar por banda, la ha emprendido con él. Tras media hora de dar varias vueltas más mientras escucho más alaridos, y con el teléfono vibrando nuevamente de forma reiterada, seguramente para expresar la misma situación, aunque ya ni leo los mensajes, finalmente decido que no puedo dormir. Así que lo mejor es que me levante, vuelva al salón y afronte la caótica situación.

En el tramo final de escaleras descendentes me encuentro una figura humana tirada de cualquier forma cual puto saco de patatas. Como esta zona está un poco oscura, ni me fijo en quién es, aunque casi tropiezo con el despojo humano. Al llegar al salón hago cuentas, Boris está sentado en un sofá mamándose una Guinness, exactamente en la misma posición en la que ha permanecido durante las últimas 16 horas. Esto solo puede querer decir que el escombro de las escaleras es Tam. Por lo visto el tipo ha fenecido. Ya no se oyen alaridos. Boris refleja en su cara la desesperación del que ha estado encerrado en una celda a solas con un puto perturbado mental durante horas y horas. Lo que no tenemos claro es si el show ha terminado realmente, porque de fondo nos parece escuchar al viejo balbuceando algo. Definitivamente está hablando solo en sueños. Pues eso, que siga soñando. Desde luego no pensamos despertarle.

Son algo más de las diez de la mañana. Boris no ha dormido pero dice que se encuentra despejado. Las Guinness (que quizá la mayoría no sepáis que tienen una buena dosis de cafeína) le mantienen a flote. Claro, se ha mamado ya más de treinta. Por suerte para él, al viejo no le gustaban y es el único chumeo que queda en la casa. Algo que me contraría bastante porque, a pesar de mi cansancio a causa de no haber pegado ojo, me encuentro bastante despejado y me apetece algo fresco. Rebuscando en un armario me encuentro un par de cócteles raros embotellados de vodka y cítricos. No son santo de mi devoción pero a estas horas me sientan de maravilla. Definitivamente el cuerpo me pide chuza. Pero ya está, los cócteles han muerto y hace falta algo. Así que Boris y yo hacemos un pequeño esfuerzo y nos encaminamos a la tienda de barrio más cercana.

Unas chelas y varios tipos de carne fría nos sirven para ir pasando poco a poco la mañana. Yo voy picando de aquí y de allá mientras me enchelo y Boris, que ha repuesto las Guinness, sigue a lo suyo, después de 20 horas ininterrumpidas de estar realizando exactamente la misma actividad en el mismo metro cuadrado. Y con la tontería, entre chelas y una colección de DVD's sobre Hitler, se nos pasan las horas y dejamos atrás el mediodía y nos adentramos en la tarde de este extraño domingo, que bien podría ser continuación de un sábado tras el cual aún no hemos pegado ojo. No como otros, y es que Tam, a todo esto, sigue tirado en las escaleras sin moverse ni un ápice y solo balbuceando de vez en cuando. Y por cierto, Radek tampoco ha hecho acto de aparición desde que a eso de las seis de la mañana desapareciera en dirección a su habitación. Yo creo que ha cogido miedo a tanto exceso.

Tumbado en el sofá tras varias chelas, parece que en un momento dado cojo la posición para dar algún que otro ronquido. Pero no va a poder ser. Nada más cerrar los ojos vuelven a aparecer los alaridos llamando mi nombre desde lo más profundo de la escalera. ¿Qué cojones pasa ahora? Tam solicita mi presencia entre tosidos angustiosos y quejas de lo más esperpénticas. Necesita sus pastillas. Yo me cago en la puta y en todo lo que me puedo cagar. Boris, que sigue en la misma posición de siempre y mamando Guinness, se parte el culo pero no mueve ni un dedo. Al final me toca ir a casa del viejo a buscar sus pastillas, las cuales, como buen anciano caduco y avaricioso, esconde en el puto lugar más recóndito de toda la vivienda. Así que después de varias idas y venidas, le doy sus píldoras y un vaso de agua y le digo que le den por culo.

Mano de santo. Tam queda catatónico, todavía tumbado de mala manera por entre los escalones, pero la cuestión es que ya no jode más la marrana. Por suerte hoy no nos ha gorreado ninguna cerveza. Así que, como aún tengo unas cuantas, y viendo que lo de dormir va a ser imposible hasta la noche, vuelvo a coger carrerilla y me pongo a la rueda de Boris, que sigue con sus Guinness, hasta que a eso de las nueve y algo, ambos caemos totalmente rendidos por el sueño acumulado de dos días. Y a todo esto, y con el viejo aún agonizando en las escaleras, a Radek no le hemos visto el pelo en todo el día.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

El fin de semana interminable 1. Sábado

La valla del jardín trasero no está en las mejores condiciones. El año pasado no pude pintarla y con tanta lluvia es lo que pasa, creo que la madera empieza a estar algo podrida. Uno de los listones se me rompió ayer y, antes de evitar males mayores, decido darle un lavado de cara urgente. Ni sabía que aún tenía pintura de la que usé hace un par de años. Me la encuentro en un armario y decido ponerme manos a la obra. Primera hora de la tarde y yo dándole un repasito a la susodicha valla, ahora que tengo tiempo, antes de que se me venga abajo entera con tanta podredumbre.

Pero eso de ponerte a hacer algo medianamente serio y útil en casa y que te interrumpa alguien parece que es una especie de ley universal no escrita. Como estoy en la parte de atrás, no me entero de que están llamando a la puerta, así que Radek, un currante polaco al que le alquilo una habitación para sacar un dinerillo extra, y que un sábado a estas horas suele estar tranquilamente relajado tumbado en la cama leyendo, me da la voz de alerta. Hay alguien en la entrada. Dos tipos muy raros, por lo visto. Así que me dispongo a dejar la brocha apoyada en un lugar donde no manche mucho y ver si puedo a echar un vistazo. Pero no me da tiempo.

Los dos tarados han entrado tan campantes, se han cruzado toda la casa, y ya aparecen por la puerta que conduce al jardín trasero saludándome efusivamente a base de alaridos e insultos. Obviamente los conozco. Ahí está, Boris, el chef polaco, un individuo con el que tuve el gusto (o disgusto) de trabajar hace algunos años. Un día dejó la empresa, problemas de salud, bueno, realmente lo dejó todo, su alcoholismo le llevaba al hospital semana sí y semana también, y llegó al punto en que ya no pudo coordinar más movimiento que el levantar la pinta de Guinness hacia su boca. Con esta coyuntura vital, yo pensaba que el menda ya estaba muerto, pero no, ahí sigue, dando guerra. Y me da que en esta ocasión me va a reclutar para la batalla.

Junto a Boris aparece Matthew, que es un colega suyo al que creo que vi un par de veces en las farras de los viejos tiempos. No dice mucho, creo que no tiene mucha confianza conmigo, quizá no se acuerda de mí. Bueno, conmigo no tendrá confianza, pero con la casa parece que sí, y es que el tío apenas si me ha saludado y se ha metido corriendo al salón, donde ya se ha abierto una cerveza que traía en una bolsa y se la está enchufando sin contemplaciones. Este sí que tiene las ideas claras. Lógicamente dejo de pintar y apenas si me da tiempo a cerrar el cubo de pintura y limpiar la brocha de cara a una nueva sesión que vete a saber cuándo podré retomar. Porque ahora mismo ya tengo a Boris instalado en el sofá abriendo una maleta donde trae varias cajas de Guinness. Sí, el tío no bebe por latas, sino por cajas. Ya os comenté su pequeño problemilla con el alcohol.

Ya puestos me dirijo a la nevera y me abro una sidra, por suerte siempre tengo algo de metralla en casa. Radek ve el panorama y se abre otra. Ya estamos todos en el salón con la chuza en la mano. Entre contarnos nuestras vidas desde la última vez que nos vimos, comienzan a aflorar los maquiavélicos planes para las próximas horas. Que si una barbacoa, que si comprar más alcohol, que si... y el tal Matthew en una de estas directamente desaparece. Pero como una puta centella. Ni siquiera se despide. Y no lo vamos a volver a ver más. Boris entonces me comenta algo de que el tipo está muy enganchado al speed y por lo visto le ha entrado un apretón naricero y ha salido a por su sustancia más preciada. Pues nada, nosotros a lo nuestro. Ya con un cierto puntillo nos subimos al coche y nos dirigimos al supermercado. Y es que vamos a hacer una barbacoa nocturna.

Obviamente aparte de comprar cerdo de toda índole (que es lo que nos gusta a todos), nos aprovisionamos de más mamoneo. Pero en grandes cantidades. Y aun así, increíblemente, no va a ser suficiente. Ya de vuelta, la barbacoa es de lo más cachonda, especialmente porque estamos ahumando a mi estimado vecino musulmán con todo el tufillo del cerdo que, cosas del viento, va directo hacia su vivienda en todo momento. El tipo sale un par de veces porque se debe de pensar que estamos provocando un incendio, pero cuando solamente ve a tres putos borrachos comiendo cerdo, simplemente nos sonríe y se vuelve a meter en casa a trajinarse a su emburkada esposa. No le ofrecemos nada por razones obvias, claro.

El pedo es tan intenso que gran parte del papeo se queda sobre la mesa sin ni siquiera catarlo. Ya pasa de medianoche y poco a poco el cansancio nos puede. Pero entonces suenan unos golpes en la puerta. La entrada trasera, la del jardín. ¿Quién coño puede entrar por ahí? ¿El follaburkas? Abro y me encuentro a mi otro vecino, Tam. En alguna ocasión ya en el blog he hablado sobre él. Pero en los últimos tiempos este hombre ha cambiado, y lógicamente a peor. Especialmente desde que se divorció. Su casa ahora es un estercolero, no la limpia hace años y cuando algo se le rompe simplemente lo deja tirado en el suelo. El menda tiene casi setenta tacos y ha pasado por varios talegos y todo tipo de vicios. Y ahora está peor que nunca. Lo que pasa es que la salud no le permite hacer todo lo que querría. Apenas puede andar. Pero mamar... eso se hace sentado.

Tam comienza a gorrearnos birras y el tabaco de Boris desaparece en apenas una hora. El puto viejo se sienta y comienza a contar historias de talegos, putas, drogas, maricas, mafiosos y demás. En una de estas empieza a comerse los restos de la barbacoa con las manos. Y obviamente no usa servilletas para limpiarse, se ve que los sofás le son más agradables al tacto. Nos jode todas las cervezas, y mira que había. Y como no tiene bastante, resulta que ha encontrado una botella de single malt que yo guardaba en la cocina para ocasiones especiales. Nos pone un chupo a cada uno, como invitándonos (de mi propia botella), y se casca el resto él solo. Y para rematar engancha un vino dulce asqueroso que uso para cocinar y se enchufa la media botella que queda a morro. Por supuesto todo esto sin parar de hablar y contar sus historias talegueras.

Son las seis de la madrugada y Radek, hasta los cojones de Tam y sin nada más que poder mamar, se va a la cama. Yo intento hacer lo mismo pero el puto tarado me agarra por el brazo varias veces y me obliga a sentarme durante una hora más. Al final me libro de él cuando se va a echar una meada. Por desgracia Boris es más lento de movimientos y con tanta puta Guinness apenas si se puede levantar del sofá, así que le va a tocar aguantarlo en solitario. Ya en la cama, dos pisos más arriba, oigo como en el salón el puto viejo ahora se dedica a gritar mi nombre y el de Radek. Pero vamos, que no le hace falta megáfono, y fijo que se le oye desde el estadio de Hampden, que pilla al otro extremo de la ciudad. Son las siete. Supongo que a mi vecino musulmán hoy no le habrá hecho falta despertador con semejantes alaridos. Me pongo los auriculares para intentar escuchar la radio en lugar de al jodido perturbado, pero aun así continúo escuchando sus gritos. ¿Podré pegar ojo aunque sea una horita?
 
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