viernes, 13 de septiembre de 2019

El fin de semana interminable 3. Lunes

Por lo general suelo dormir seis horas. No me acuesto muy tarde pero me levanto pronto para ir a trabajar. Lo que pasa es que los días que no trabajo hago exactamente el mismo horario. La típica mierda de que el cuerpo se habitúa. Así que no soy de esas personas que cuando llegan sus días libres se quedan en la cama hasta mediodía. Además de que una vez que abro los ojos me aburro retozándome por entre las sábanas. En realidad esa actividad no es nada higiénica tampoco. ¿Sabéis la cantidad de mierda, ácaros y bichos varios que pululan por vuestra cama? Pues eso, que duermo lo justo y para arriba, es lo que suelo hacer.

Pero hoy eso de dormir seis horitas y seguir la rutina de mi cuerpo ha quedado olvidado. De nueve a nueve. He dormido doce horas y del tirón, lo cual en mí es impensable, siempre despertándome a mitad de noche a mear o a causa de alguna pesadilla especialmente truculenta. Sigo sin creérmelo, doce horas. También es cierto que llevaba cuarenta y ocho sin pegar ojo. Y ya no solo era cansancio físico, también mental a causa de tener que aguantar a toda esta pandilla de tarados pululando y haciendo barbaridades por toda mi morada. Y esa ahora va a ser mi primera preocupación del día, por cierto. ¿Qué cojones habrá pasado con toda esta caterva de anormales?

Veamos, de Radek no se supo nada en toda la jornada de ayer. Intuyo que se tiraría todo el día intentando dormir ya que hoy, como cada lunes, salía en dirección al trabajo a las seis de la mañana. Uno menos. El viejo Tam se tiró ayer todo el día muerto en las escaleras. Cuando paso por la zona donde yacía su cuerpo, la encuentro vacía, y con la inesperada y grata sorpresa de que el lugar está bastante impoluto. Ni vómitos, ni escupitajos, ni ningún otro tipo de excremento que revele que hasta no hace mucho había un tipo moribundo ocupando ese espacio de la vivienda. Finalmente llego al piso inferior y me encuentro la puerta del salón cerrada. Esto ya no me huele tan bien. Fijo que se han juntado aquí todos y han vuelto a empezar a mamar.

Con el máximo cuidado voy abriendo poco a poco la puerta y ante mis ojos comienza a aparecer una oscura y bastante recogida estancia. Tan solo una figura, tapada por varias mantas, parece dormitar muy plácidamente en uno de los sofás. Con la puerta ya totalmente abierta distingo más claramente la situación, el salón está perfectamente limpio, ni un resto de botellas, latas o comida. Me pellizco para ver si estoy soñando y en ese mismo momento el individuo en posición horizontal se da la vuelta y puedo ver la asquerosa boca sin dientes de Boris que lanza un tremendo bostezo e intenta balbucear algo. Y finalmente el feo durmiente abre los ojos al tiempo que, aún somnoliento, pregunta "¿qué hora es?".

Pues sí, tío. Hemos dormido doce horas del tirón. Y Tam ya no está. Bueno, parece ser que Boris lo vio pasar entre sueños en dirección a su casa. Que muy lejos no está. Básicamente pared con pared. Pero ya era hora de perderle de vista, joder. ¿Y lo de la limpieza del salón? Pues ninguno de los dos recordamos haberlo limpiado y el viejo fijo que no ha sido. Y Radek antes de ir al curro recién despertado tampoco me da que estuviera en las mejores condiciones para realizar semejante tarea. Bueno, qué más da. Quizá haya espíritus en la casa. Pues brindemos por ellos. Nos abrimos un par de chelas y nos disponemos a tomar nuestro desayuno líquido en este lunes de final del verano que sirve para abrir la semana.

Después de unas cuentas cervezas decidimos ir a hacer la compra. Yo estoy todavía obsesionado con la carne de cerdo que Tam nos birló de la barbacoa que hicimos el sábado noche. Así que nos compramos unos tronchos de cerdo y unas dumplings polacas para la noche, y por supuesto más chelas, que nos da que el día va a ser largo. Comemos y mamamos como auténticos cerdos durante todo el día, a pesar de que Boris no para de repetir cada cierto tiempo "me tengo que ir en veinte minutos", y es que parece ser que tiene una cita en la oficina de trabajo el martes por la mañana y todavía tiene que pasar por casa. Y vive en el otro puto extremo de la ciudad o incluso más allá. No lo puede dejar pasar hasta mañana a última hora.

Pero el tiempo discurre y nada sucede aparte de la moña que estamos agarrando con música de Queen de fondo. A eso de las siete Radek llega de currar y se parte el culo al vernos exactamente en la misma posición que teníamos el sábado por la noche. Se echa las manos a la cabeza y entre tremendas carcajadas se sube a su habitación a dormir. Por lo visto aún le colea la resaca. Y con la tontería ya es de noche nuevamente. Y lo peor es que se nos han acabado las chelas. Vamos corriendo a la tienda de barrio antes de que cierren y así nos hacemos con metralla para pasar las postreras horas del día. Me da que a Boris ya se la suda lo de la cita en la oficina de empleo y se va a quedar en el sofá una noche más. Bueno, el caso es que finalmente llegamos a la tienda y... ¿quién está en la puerta del local totalmente doblado? Tam.

Se ve que después de tanto dormir en la escalera y llegar a su casa, ya no tenía más sueño y se encontraba la mar de despejado. Así que optó por pedir dinero a un colega y hacerse con más mamoneo. Sí, lo del gorroneo de este tío es ya algo extremo. Y ya va fino, pegando alaridos de nuevo, esta vez en mitad de la calle, y metiéndose de forma bastante sexualmente desagradable con todas las pájaras que entran y salen de la tienda. Boris y yo entramos en el badulaque a hacernos con nuestra recompensa etílica y salimos por la espalda de Tam en un descuido de este mientras piropea de forma muy babosa a una vieja gorda que va con muletas. Nos hemos librado de él. Al llegar a casa cerramos las cortinas y subimos la música de Queen a toda leche para evitar oír si llama a la puerta.

Deben de ser algo así como las once y el pedo es enormemente intenso. Mientras nos comemos las dumplings polacas seguimos mamando y conversando. En una de estas le pregunto algo a Boris sobre un viejo compañero de curro del que no sé nada y no me responde. Levanto la vista del plato y veo que el tío se ha quedado dormido con la cabeza sobre la mesa justo al lado de la cena, la cual se ha dejado a medias. Por lo menos no se le ha caído la nariz sobre las dumplings. Acabo con mis manjares y, dando tumbos, subo por las escaleras en dirección a la cama. Obviamente, al final Boris no se ha ido en veinte minutos.
 
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