jueves, 12 de septiembre de 2019

El fin de semana interminable 2. Domingo

Siempre me gusta ponerme la radio antes de dormir. O mejor dicho, la dejo puesta mientras voy cogiendo el sueño y a veces me encuentro la curiosa situación de despertarme seis o siete horas después y la radio sigue a lo suyo. Programas de misterio. Los típicos divulgadores de este tipo de historias tienen esa voz que te hace poco a poco ir cayendo casi sin quererlo, incluso aunque te interese el tema. La mayoría de las veces me tengo que poner el mismo podcast como unas diez veces antes de por fin conseguir escucharlo entero sin quedarme dormido. Con algunos, los más largos, suelo perder la esperanza y los dejo perder. Una pena. Pero que se jodan, coño, haberlos hecho más cortos y llevaderos.

Las siete de la mañana no es una hora habitual para mí para irme a la cama, vamos, ni de lejos. Acostumbrado como estoy a no llegar ni a ver la medianoche. Pues ese desfase horario va a provocar que no pueda coger el sueño. Ni con el programa de misterio de turno sonando en mis oídos. Pero qué cojones, llamemos a las cosas por su nombre, si no puedo dormir es porque el tarado de Tam continúa pegando alaridos por la casa debido a la enorme chuza que se agarró ayer. De hecho incluso llega a subir las escaleras y entrar dos veces en mi habitación. Y allí se encuentra a un tío tumbado boca arriba con los ojos cerrados y los auriculares en las orejas. Se debe de pensar que estoy muerto porque me agita violentamente cogiéndome del brazo. Le abro los ojos vidriosos denotando con una simple mirada que estoy hasta los huevos de él. Y tras balbucear cuatro frases inconexas se retira de la estancia.

Al final no puedo pegar ni ojo. En un momento dado, y cuando ya me da por apagar la radio e intentar dormir de cualquier manera, el móvil comienza a vibrarme con mensajes. Es Boris, que sigue en el salón. Y que me escribe para decirme que le he dejado a solas con un puto psicópata. Sin duda se refiere a Tam, que como no tenía a nadie más a quien pillar por banda, la ha emprendido con él. Tras media hora de dar varias vueltas más mientras escucho más alaridos, y con el teléfono vibrando nuevamente de forma reiterada, seguramente para expresar la misma situación, aunque ya ni leo los mensajes, finalmente decido que no puedo dormir. Así que lo mejor es que me levante, vuelva al salón y afronte la caótica situación.

En el tramo final de escaleras descendentes me encuentro una figura humana tirada de cualquier forma cual puto saco de patatas. Como esta zona está un poco oscura, ni me fijo en quién es, aunque casi tropiezo con el despojo humano. Al llegar al salón hago cuentas, Boris está sentado en un sofá mamándose una Guinness, exactamente en la misma posición en la que ha permanecido durante las últimas 16 horas. Esto solo puede querer decir que el escombro de las escaleras es Tam. Por lo visto el tipo ha fenecido. Ya no se oyen alaridos. Boris refleja en su cara la desesperación del que ha estado encerrado en una celda a solas con un puto perturbado mental durante horas y horas. Lo que no tenemos claro es si el show ha terminado realmente, porque de fondo nos parece escuchar al viejo balbuceando algo. Definitivamente está hablando solo en sueños. Pues eso, que siga soñando. Desde luego no pensamos despertarle.

Son algo más de las diez de la mañana. Boris no ha dormido pero dice que se encuentra despejado. Las Guinness (que quizá la mayoría no sepáis que tienen una buena dosis de cafeína) le mantienen a flote. Claro, se ha mamado ya más de treinta. Por suerte para él, al viejo no le gustaban y es el único chumeo que queda en la casa. Algo que me contraría bastante porque, a pesar de mi cansancio a causa de no haber pegado ojo, me encuentro bastante despejado y me apetece algo fresco. Rebuscando en un armario me encuentro un par de cócteles raros embotellados de vodka y cítricos. No son santo de mi devoción pero a estas horas me sientan de maravilla. Definitivamente el cuerpo me pide chuza. Pero ya está, los cócteles han muerto y hace falta algo. Así que Boris y yo hacemos un pequeño esfuerzo y nos encaminamos a la tienda de barrio más cercana.

Unas chelas y varios tipos de carne fría nos sirven para ir pasando poco a poco la mañana. Yo voy picando de aquí y de allá mientras me enchelo y Boris, que ha repuesto las Guinness, sigue a lo suyo, después de 20 horas ininterrumpidas de estar realizando exactamente la misma actividad en el mismo metro cuadrado. Y con la tontería, entre chelas y una colección de DVD's sobre Hitler, se nos pasan las horas y dejamos atrás el mediodía y nos adentramos en la tarde de este extraño domingo, que bien podría ser continuación de un sábado tras el cual aún no hemos pegado ojo. No como otros, y es que Tam, a todo esto, sigue tirado en las escaleras sin moverse ni un ápice y solo balbuceando de vez en cuando. Y por cierto, Radek tampoco ha hecho acto de aparición desde que a eso de las seis de la mañana desapareciera en dirección a su habitación. Yo creo que ha cogido miedo a tanto exceso.

Tumbado en el sofá tras varias chelas, parece que en un momento dado cojo la posición para dar algún que otro ronquido. Pero no va a poder ser. Nada más cerrar los ojos vuelven a aparecer los alaridos llamando mi nombre desde lo más profundo de la escalera. ¿Qué cojones pasa ahora? Tam solicita mi presencia entre tosidos angustiosos y quejas de lo más esperpénticas. Necesita sus pastillas. Yo me cago en la puta y en todo lo que me puedo cagar. Boris, que sigue en la misma posición de siempre y mamando Guinness, se parte el culo pero no mueve ni un dedo. Al final me toca ir a casa del viejo a buscar sus pastillas, las cuales, como buen anciano caduco y avaricioso, esconde en el puto lugar más recóndito de toda la vivienda. Así que después de varias idas y venidas, le doy sus píldoras y un vaso de agua y le digo que le den por culo.

Mano de santo. Tam queda catatónico, todavía tumbado de mala manera por entre los escalones, pero la cuestión es que ya no jode más la marrana. Por suerte hoy no nos ha gorreado ninguna cerveza. Así que, como aún tengo unas cuantas, y viendo que lo de dormir va a ser imposible hasta la noche, vuelvo a coger carrerilla y me pongo a la rueda de Boris, que sigue con sus Guinness, hasta que a eso de las nueve y algo, ambos caemos totalmente rendidos por el sueño acumulado de dos días. Y a todo esto, y con el viejo aún agonizando en las escaleras, a Radek no le hemos visto el pelo en todo el día.
 
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