martes, 5 de julio de 2011

Vagabundos escoceses

Está bien conocer a los vagabundos escoceses. No lo puedes evitar, realmente, si eres un poco simpático, cachondo y abierto a la gente, son personajes que están deseando pegar una buena charrada con el primero que les haga caso. No son violentos, ni piden nada, ni molestan, simplemente son gentes que deambulan de un lado para otro sin un quehacer establecido. Tampoco se les ve andrajosos ni necesitados. Cierto es que habitan en una sociedad que no está viciada, que vive bien y que tiene tiempo para preocuparse por ellos. No son desechos de esa sociedad, simplemente son personas diferentes que quizá no tengan ni deseen la comodidad de otros, pero tienen los mismos derechos y obligaciones como personas que son y como tales son tratadas. En fin, que toda esta disertación deja bien claro que esto no es España, que en este país no tenemos un desgobierno que deja a sus desgobernados morir de hambre, frío y olvido. Aquí hay derechos sociales, hay preocupación, hay inquietud, no como en ese país de imbéciles donde la Seguridad Social ya no existe por la gracia divina de los nazisociatas, los medios de incomunicación se lo callan y los ciudadanos o se niegan a creerlo o prefieren mirar hacia otro lado hasta el día que les toque a ellos. Y ni aún cuando les toca reaccionan. Idiotas.

Hace unos días conocí al señor White, Raymond White. Un simpático personaje de cuarenta y tantos, bien vestido, pero que se dedica a vagar de un lado para otro a lo largo de todo el día. Yo estaba parado en una esquina y de repente se me acercó simplemente con la intención de entablar conversación. No me pareció mal, yo en ese momento no tenía nada mejor que hacer. De una vieja mochila sacó sus únicas pertenencias aparte de la ropa que llevaba puesta y la propia mochila. Dos latas de Red Bull que a saber de dónde había sacado. Esta gente es muy extraña en ocasiones, igual el tipo tenía hambre, entró al supermercado con unas pocas monedas y de pronto vio las latas, le entró el antojo y pasó de jalar. El caso es que, para que se vea la amabilidad del personaje en cuestión, enseguida me ofreció una de las latas, me invitó a sentarme junto a él en la acera y allí estuvimos durante unos minutos charlando en mitad de este improvisado picnic. No me contó mucho de su vida, pero sus educados modales y aspecto de lo más normal fueron suficientes para mí. Nuevamente me alegraba enormemente de ya no estar en España ni pretender volver a estar nunca más.

Unos días más tarde conocí en una taberna a Callum. No clasificaría al tal Callum como un vagabundo pero cuanto menos es un tipo peculiar. Parece ser que siempre habita en la misma taberna, cascándose pintas de Heineken todo el día. No tiene oficio ni beneficio pero siempre está allí bebiendo y nunca pide nada a nadie. Toca la guitarra, cuando le dejan monta su propio show en la taberna en cuestión, en otras ocasiones se junto con algún otro musical cliente y lo pasan en grande. Me ofrecí a ello. Me llevé un día mi guitarra y mi armónica y tocamos unos cuantos temas. Es un tipo cultivado, tanto en lo musical como en lo que a cultura general se refiere. Su idioma natural es el gaélico pero no se le caen los anillos por hablar en inglés. Más de un cagalán o galego pro-terrorista debería de aprender de gente así. La última vez que lo vi nos emplazamos para otro día. Aún no he tenido ocasión de volver por esa taberna, pero lo haré en breve, sin duda. Lo mismo que por la esquina donde conocí al señor White, aunque quizá a él no lo encuentre porque va vagando de un lado para otro, pero seguro que otro pordiosero escocés me dará la bienvenida a su particular mundo. En fin, lo de siempre, esto no es España, y me alegro.
 
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