Me levanto consciente de que hoy va a ser el dia de las despedidas. Ultima jornada en esta maravillosa tierra, aunque no por mucho tiempo, ya que seguro que volveremos, el viajecillo nos ha dejado muy buen sabor de boca y ganas de mas. Saliendo de mi habitacion por ultima vez me encuentro, siempre al pie del cañon, a Bina. La pobre mujer hoy tiene unas ojeras terribles y parece cansada. Me cuenta que unos italianos llegaron a las 3am buscando habitacion y no tuvieron otra ocurrencia que llamar al timbre initerrumpidamente hasta que Bina tuvo, por narices, que abrir y alojarles. Los tipicos salvajes mediterraneos sin consideracion por nada ni por nadie. Para mas inri, hoy es el bautizo del nieto de la señora, asi que no va a tener tiempo ni de una siestecilla.
Amablemente, Bina me comenta que puedo dejar mi maleta (que es mas bien una bolsa cutre) en el alojamiento hasta que vaya al aeropuerto. La llevare en el maletero del coche, sin problemas, ademas hoy es domingo y puedo aparcar en el centro de Reykjavik si me sale de los cojones, fantastico. Pues ya tengo plan para la mañana, ya que mi vuelo es a las ocho de la tarde, pasear sin rumbo por la capital islandesa. Finalmente me despido de Bina, que dice que me va a echar mucho de menos. La verdad es que yo tambien, es un cachondeo de mujer. Es evidente donde me voy a alojar la proxima vez que aterrice por estos parajes.
La resaca no es ni mucho menos lo que yo me esperaba. Supongo que la pierna de cordero de anoche amortiguo bastante el efecto de las sidras. Es bastante temprano aun y apenas si hay turistas, tampoco autoctonos, por las calles de la ciudad. Aparco mi coche en una calle centrica que Bina me ha indicado como centro neuralgico para darme un buen paseo por gran parte de la urbe y alla voy, a dar un poco de ejercicio a las piernas. Como Reykjavik no es una ciudad monumental, no tengo nada que ver en particular, tan solo pasear por donde me rote, perderme por unas calles y otras, llegar hasta el extremo oeste de la capital, que finaliza en un puntiagudo cabo que se introduce en el Atlantico y donde empieza un pequeño municipio (que bien podria seguir siendo Reykjavik) llamado Seltjarnarnes, que practicamente podemos decir que se cae al oceano.
Me pierdo una y otra vez, fotografio casas, calles, tiendas y cualquier cosa que se me cruza por delante y por detras. En una de estas, casi sin querer, mis pasos me introducen en un gigantesco espigon al noroeste de la ciudad que es una especie de poligono de industrias pesqueras. Desde aqui hay buenas vistas, no muy lejos veo el Concert Hall, de una arquitectura moderna bastante surrealista, mezcla entre un monolito sin sentido aparente y una nave de Star Wars. Van pasando las horas y entra la gazuza, en el mismo puerto hay varios restaurantes, habra que elegir a dedo porque el menu es bastante parecido en todos. Me quedo con el que tiene la puerta abierta, casi que invitandome a entrar, el Hofnin.
La camarera, bastante gruesa, todo sea dicho, mantiene la simpatia habitual de las islandesas. Me comenta que la especialidad de la casa son los mejillones, asi que habra que ir a por una racion. Je, la racion es un kilo, mejor que me ponga media. Aun asi, es un plato bastante cumplidito, hasta el punto de que me cuesta acabarlo, y ojo, que con la comida en el estomago la resaca provocada por las sidras de anoche parece que quiere hacer acto de aparicion. Repentinamente me siento lleno y soporifero, y ahora viene el plato principal, un arroz cubierto con marisco y pescado y con una bechamel gratinada por encima. Servido ademas en la propia sarten, es una racion criminal. Vamos, que no me veo capaz de acabarla. Necesito una cerveza, pero ni asi, me empiezan los sudores frios y los temblores. Vale, lo que sea, pero al final, aunque me ha costado mas de media hora, he acabado con el puto plato. Y que me echen otro.
Pago y me largo de inmediato, necesito un paseo, que me baje toda la cantidad de alimento recien ingerido. Me doy una ultima vuelta por las calles de Reykjavik hasta que encuentro el lugar donde deje aparcado el coche. Deben de ser las tres o las cuatro, voy a ir poniendo rumbo al aeropuerto, que queda a algo menos de una hora, pero seguro que antes ire haciendo alguna que otra paradita. Asi es, me salgo de la autovia dos o tres veces buscando algun idilico pueblo pesquero, pero con la cercania a Reykjavik y al aeropuerto de Keflavik, lo unico que encuentro son urbanizaciones pijas, una tras otra. Aqui no hay mucho que rascar, voy a buscar una gasolinera, llenar el coche de combustible y devolverlo ya definitivamente en el aeropuerto.
La ultima anecdota macabra se produce con mi tarjeta de debito. Por alguna razon ha dejado de funcionar de repente (bloqueada por el puto banco tal vez) y, ya con el coche lleno de caldo, no puedo pagar. Con una confianza abrumadora, la empleada en cuestion me dice que vaya a intentar sacar dinero a un cajero que hay en el pueblo de al lado. Ah bien, como si me voy sin pagar. En fin, que finalmente obtengo el dinero de un cajero y saldo mi deuda. Devuelvo el coche en el aeropuerto, en el mostrador de la empresa de alquiler de vehiculos hay una negra yankee que dice ser ex-jugadora de baloncesto. Vamos, que las cosas raras que uno no se encuentre en Islandia, no las encuentra ya en ningun sitio.
Y se acabo, unas cuantas horas de burda espera en un aeropuerto vacio, ya que mi vuelo es el proximo y por en medio hay un buen rato sin movimiento de ningun tipo. Veo pasar chinos, chinos y chinos. Coño, es que en mi avion solo van a ir limones, y eso que no voy a Shanghai. Que mal rollo, estan por todas partes. Necesito una cerveza, si, pero la puta tarjeta no funciona. Aj, que sed. Bueno, adios Islandia, supongo que volveremos a vernos las caras en breve. Aqui se cierran cuatro dias cojonudos e inolvidables.