miércoles, 20 de febrero de 2008

Altura

Los brazos apoyados en la barandilla, la cabeza prácticamente fuera, su cuerpo inclinado desafiando al vacío, sus ojos fijos en el suelo... Ahí está él, a nueve pisos de altura, contemplando con sus ojos todo lo que está sucediendo bajo su presencia desde su balcón. Se siente infinito, grande, inconmensurable, poderoso, como si todo lo que está viendo le perteneciera, y pudiera manipular a su antojo cualquier situación que se desarrolla entre todos aquellos que desfilan por su mirada.

El aire comienza a atravesar su rostro, se siente invadido, penetrado, en un sentimiento placentero del que le gustaría no salir jamás. El viento, calzado con sus guantes de seda, asalta sus pensamientos, juega con su pelo, acaricia su piel, produciéndole un continuo escalofrío. El ir y venir de la gente, los ruidos de la calle, se mezclan con un intenso rugido eólico hasta prácticamente desvanecerse. El paisaje cambia lentamente, y casi sin darse cuenta, se ve transportado a otro lugar que nada tiene que ver con ese viejo balcón desde el que casi se puede observar media ciudad.

Pero su carácter no cambia, su impenetrable rostro comienza a desglosar toda la amargura que lleva dentro, parece querer expulsar todo ese dolor que porta en su interior hacia los más remotos confines del universo, lejos, muy lejos de allí. No puede, se da cuenta de que todas sus sensaciones forman parte de él mismo, y jamás podrá desprenderse de ellas. Busca salida, no hay solución, la única elección es convivir con su amargura el resto de sus días, convirtiéndose en un ser inservible, corroído por el dolor, hundido en la miseria hasta un nivel insospechado.

Vuelve a estar en su balcón, vuelve a ver pasar gente bajo su misteriosa mirada, el viento ha cesado, la calle reinicia su murmullo. Sin embargo él se ha traído de su viaje sus reflexiones, también han pasado a formar parte de su existencia. Comienza a entender que le ha tocado a él, que no puede hacer nada contra la voluntad del destino. Cierra los ojos, respira profundamente, se lleva todo su dolor consigo, y salta desde el balcón a la calle.
 
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