Comenzamos el paseo por la ciudad, antes de cruzar el Ness nos metemos en el bar del albino, un tipo completamente rubio y blanquecino que suele vestir con una sudadera de la selección de Dinamarca. Interesante conversación de fútbol la que suele ofrecer el pájaro, sobre todo si se le menciona a su adorado Chelsea, así que, entre el buen trato recibido y que las cervezas están de cojones, quizá a última hora de la noche, y justo antes de dormir, volveremos a darnos un paseo por este localito. Pero ahora el centro de la ciudad nos llama, el imponente (y reconstruido) castillo que se merece unas cuantas fotos, tanto de él como de las vistas que se pueden apreciar desde allá arriba. Vistas que se detienen rápidamente en La Tortilla Asesina, restaurante español situado junto al castillo que, a decir verdad, resulta toda una decepción para los más exigentes paladares hispanos. Pero claro, estamos en Escocia, y aquí los paladares son escoceses.
Bajamos a dar un voltio por las calles aledañas donde varias tabernas típicas nos abren sus puertas. Recomendamos encarecidamente al sufrido viajero que entre a ellas en lugar de quedarse en las terracitas, bistros y bares en general que bordean el Ness, muy luminosos y pijitos todos estos lugares, pero montados para pegarle el cañazo al turista que no tiene ni puta idea de lo que hay unos pocos metros más allá. En las tabernas a las que nos referimos uno puede mezclarse con los autóctonos, muy simpáticos y abiertos, seguramente porque están cansados de ver siempre las mismas caras. El pequeño problema es que entre el cocimiento que suelen lucir y el inglés tan enrevesado que se habla por esta zona, es muy complicado conseguir llevar a buen término una conversación con cualquiera de estos personajes. Pero por intentarlo que no quede.
El MacCallum es también conocido como "la taberna de los acabados". Todos los personajes que aquí residen pertenecen al más absoluto surrealismo. En una mesa junto a la entrada, un tipo solo mamando una pinta y mirando fijamente a la pared de enfrente. De vez en cuando sonríe, suelta una carcajada y acaba por partirse el culo, y luego vuelve a quedarse serio y sigue mamando. Todo sin motivo aparente. En la barra, pinta de Guiness en mano, un abuelo apoyado en un bastón de madera. En un momento dado, el viejo tira el bastón y se pone a bailar, eso sí, paso para delante, paso para detrás, porque como se mueva mucho más se va al suelo y no tiene pinta de que nadie lo recoja. En una esquina de la barra, una rubia con una faldita corta, cara de tarada, mirada perdida y pinta de buscona. Y tanto que busca, que algún idiota le pague una pinta para, después de mamársela, irse a otro local a buscar exactamente lo mismo. Con razón en un bar cercano leíamos dos carteles que rezaban "cuidado con las busconas" y "no se fía a mujeres". Que no se nos olvide, antes de salir del MacCallum, la juke-box, elemento indispensable en un bareto de semejante calibre, con la Bohemian Rhapsody de Queen sonando a toda virolla.
Sobra decir que después de pasar por tres tabernas más los personajes se repiten (la rubia está en todas partes) más algún que otro añadido como el chavalín ligacuarentonas o el borracho simpático que te paga una ronda aunque no le entiendes una mierda de lo que dice. Y como lo prometido es deuda, la noche acaba de vuelta a nuestro amigo el albino, que parece que ya está durmiendo y ha dejado a la mujer a cargo de la taberna. Allí nos encontramos a Gary y Matthew, dos simpáticos veinteañeros nativos de Inverness jugando al Scottish Pool, billar escocés, que básicamente es una derivación cutre del billar americano. Nunca declines una partida si te invitan a mamar, más que nada porque aunque si pierdes se van a cachondear de ti largo y tendido, tú ya irás tan cocido que todo te dará igual y te irás a dormir tan contento en esta ciudad donde tan bien te lo has pasado, Inverness.