Como suele pasar en toda Alemania, en Hamburgo cualquier información o recuerdo sobre la Segunda Guerra Mundial es más que difícil de encontrar, ni está publicitado ni los nativos hablan sobre ello. Es así como el punto más interesante de toda la ciudad no aparece en ningún folleto turístico y prácticamente lo tienes que encontrar de chiripa. Estoy hablando de la iglesia de St. Nikolai, que a día de hoy sigue siendo el segundo edificio más alto de toda la ciudad, solamente sobrepasado por el modernísimo pirulí de televisión. Este templo fue completamente asolado durante la operación aliada Gomorra, bombardeo con fósforo sobre la población civil de la ciudad como medida de presión para que el régimen nazi firmara su rendición. Así como el resto de iglesias y edificios emblemáticos de la ciudad sí que han sido reconstruidos, St. Nikolai no, como recuerdo de aquella barbarie que significó la muerte para decenas de miles de hamburgueses a finales de la Segunda Guerra Mundial. Pero allí queda, monumental como ella sola, la torre principal del templo, de casi 150 metros de altura, y con un ascensor que lleva al más intrépido viajero a lo más alto del lugar, donde se ubica un interesante museo fotográfico que recrea el criminal bombardeo aliado. No apto para personas que padezcan de vértigo, aviso. En el subterráneo, una cripta museo relata las historia de este espectacular monumento con atención especial, como no podía ser de otra manera, a lo acontecido allí durante la Segunda Guerra Mundial.
De St. Nikolai nos podemos trasladar en metro (impresionante red que nos lleva a cualquier punto de la ciudad) o a pie (15 minutitos) hasta el puerto, instalado a lo largo de todo el río Elba. Impresionante, de hecho de los más grandes y con mayor tráfico de Europa. Su transitado paseo con bares, restaurantes y tiendas de souvenirs, se hace imprescindible para el típico turista con euros en los bolsillos y ganas de comprar. Aunque yo no voy a llegar hasta el puerto. Nos vamos a quedar cerca de St. Nikolai para encontrar, callejeando un poquito, un curioso restaurante español llamado Avelino Tapas y Vino, en el cual nos vamos a encontrar con un rápido pero a la vez completo resumen de la España del tapeo, desde Galicia hasta Andalucía pasando por Madrid o Cataluña. Precio de escándalo y una calidad difícil de encontrar ya en ningún restaurante de la propia España. Es lo que tienen los alemanes, ellos sí que demandan calidad, no como los españoles que se conforman con una alpargata frita. Y lo mejor es que, después de llenar el buche como un auténtico energúmeno, el tío Avelino viene y te suelta una perorata sobre lo hijo de puta, burro e inútil que es Zetaparo. Qué gozada.