sábado, 26 de abril de 2008

Edificio

Caminaba como tantos otros días por las vivas calles de aquella barriada que él tanto conocía. Normalmente salía a pasear tranquilo sin más objetivo que despejar su mente de preguntas y problemas, y solía resultar, ya que centrarse en sus propios pasos y observar con detenimiento lo que iba surgiendo de aquellos paseos era una completa evasión, que llevaba su mente a una serenidad casi completa. Cada vez que salía a la calle, sabía que ahí estaba esperándole su relajación, que había muy poco de qué preocuparse en esos momentos en que le dominaba un sentimiento placentero.

Pero no todo era lo suficientemente perfecto. El lugar era interesante, un barrio sin demasiados problemas, en que se podía caminar y caminar durante bastante tiempo. Sin embargo siempre acudía al mismo lugar, era algo como instintivo, aunque no quisiera siempre pasaba por delante de un edificio que le producía un corrosivo escalofrío. Todo estaba muy bien, en perfecto orden, y en calma, pero al llegar a ese punto, los nervios se le encrespaban, había como una tensión oculta que le recorría el cuerpo, y comenzaba a inundar su mente un oscuro sentimiento de terror que por mucho que intentaba no se podía quitar de encima.

Lo peor era que aquel sitio parecía reclamarle, no era cuestión de querer o no querer pasar por allí, algo misterioso y penetrante le arrastraba hasta allí, y esta sensación siempre acababa por dominarle. Consciente de que aquel edificio poseía un extraño poder de atracción, y también consciente del pavor que le producía pasar por allí, jamás se detenía a observar la zona con suma precisión. Apenas una mirada de reojo a su alrededor al recorrer aquella tétrica acera era lo único que su cuerpo le permitía hacer en aquella conflictiva situación. Una vez pasado el mal trago, su corazón volvía a latir a una velocidad normal, y el paseo continuaba siendo de lo más apacible.

La extraña sensación que le estaba corroyendo por dentro debido a aquel lugar se apoderaba de él cada vez más, y decidió que había que cortar de raíz la situación. Así que se enfundó sus más oscuros pensamientos, y con un andar firme y a la vez tembloroso comenzó su último paseo. En esta ocasión la calle le parecía muy distinta, en cualquier esquina habitaba la maldad, y sus ojos no paraban de vigilar cualquier movimiento a su alrededor. Por fin llegó a las puertas de aquel edificio que tanto le turbaba, y tomando una actitud muy distinta a lo habitual, lo observó, se fijó en todos los detalles que le ofrecía su vista y comenzó a meditar. La puerta estaba entreabierta, se acercó, y tras unos segundos de reflexión, entró. Jamás volvió a salir.
 
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