lunes, 21 de abril de 2008

Espera mortal

La estación estaba completamente vacía, no había nadie a la vista, el silencio reinante era algo fuera de lógica. Incluso sobre las vías, apenas se podían distinguir dos o tres viejos vagones que en absoluto parecían ir a moverse en bastante tiempo. Los largos andenes estaban desiertos, alumbrados por las extrañas farolas de luz amarilla que se distribuían de forma muy irregular por toda la estación. A través de aquel ambiente discurría una extraña sensación mezcla de soledad y de locura, que inundaba por completo el lugar, flanqueado por sinuosas sombras que de vez en cuando parecían moverse.

Tan sólo un viajero esperaba sentado en uno de los bancos dispuestos a tal efecto cerca de los andenes. Aquel personaje no parecía inquietarse en absoluto por la falta de movimiento, por la curiosa sensación que producía aquel desolado lugar, y no hacía más que mirar a todo lo que su vista podía abarcar para matar el tiempo. El tren que estaba esperando no venía, pero no era algo que le inquietara, él seguía mirando, distraído, como si no hubiese ninguna prisa. Pero el silencio y la soledad continuaba, y en el horizonte ningún aparato discurría por las vías.

El viajero seguía ensimismado, solo, mirando sin saber lo que veía, y en definitiva, esperando la llegada de un fantasmagórico tren que parecía no llegar jamás. Él permanecía sentado, tranquilo, imperturbable, con la esperanza clara de que tarde o temprano aquel tren llegaría. El lugar parecía oscurecerse por momentos, el frío se empezaba a hacer intenso, y las farolas emitían una luz muy irregular que no acababa de alumbrar por completo los múltiples recovecos que había en diversos puntos de aquella siniestra estación. La espera comenzaba a ser ya excesiva.

Por fin a lo lejos comenzó a moverse un extraño objeto, que se acercaba a la estación con bastante velocidad. El viajero se levantó para poder observar con más facilidad aquel artilugio, y en efecto era el tren que durante tanto tiempo había estado esperando. Una pequeña sonrisa se esbozó en su rostro, y comenzó a caminar en dirección a la vía por la que presumiblemente haría su entrada la máquina. Pero aquel tren no frenaba, su velocidad continuaba siendo muy alta, y era excesiva para acercarse sin peligro a la estación.

El viajero andaba lentamente, muy relajado, y tan tranquilo como había estado durante toda su espera. El tren ya estaba realmente cerca, y en apenas unos segundos habría llegado al lugar donde aquel personaje se hallaba situado. El viajero se acercó al borde del andén, pero tropezó en un traspiés absurdo y cayó de bruces sobre la vía. Cuando levantó la vista no pudo ver nada más que una violenta locomotora que lo aplastaba sin ninguna contemplación, mientras a los mandos de este siniestro tren se alzaba una macabra figura envuelta en una túnica negra que, con una putrefacta calavera por rostro, lanzó una sádica y estruendosa carcajada.
 
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