jueves, 6 de agosto de 2009

El fin de semana perdido 2. Galicia

No se sabe lo que ha pasado, pero el caso es que cuando el alcohólico abre los ojos está en pelota picada sobre una cama que no tiene ni almohada ni sábanas. Sí, el lugar es reconocible, tanto cutrerío visual no puede corresponder sino al hostal del abuelo pederasta. El destarifao yace en la cama de al lado mostrando sus gallumbos cagados mientras la mesilla de noche está decorada con una inmensa montaña de polvo blanco sobre ella. Es media mañana y la resaca parece muy dura, todo da vueltas, los dolores de cabeza son muy intensos y los movimientos son a cámara lenta, pero eso no va a impedir que este par de intrépidos viajeros continúen su ruta macabra hacia los confines de vaya usted a saber dónde. Aunque el coche está aparcado en la calle Van Dick, no hay desayuno violento, el acariciasepias del Papillón dijo ayer que no abría hasta las doce y todavía no son ni las once, así que carretera y manta, dirección norte, buscando la salida de la ciudad salmantina en dirección a Zamora. Pero cuando uno va doblado, tareas tan sencillas como seguir un simple indicador no son nada fáciles, y evidentemente nuestros amigos acaban perdidos por carreteras de mala muerte que no llevan sino a violentos pueblos castellanos con violentos abrevaderos que a su vez sirven violentos manjares tanto para estómagos como para gaznates agradecidos.

El coche está detenido en un arcén a la espera de que sus ocupantes aclaren sus ideas y su rumbo. Es en este momento cuando, por en medio de una carretera en mitad de la nada pasa un personaje al que denominaremos "el macho". Se trata de un tipo de unos cincuenta tacos en pantalón corto y sin camisa, que muestra a los cuatro vientos una barriga que le debe de llevar sin problemas a superar los 130 kilos de peso. ¿Y qué cojones hace este tío vagando por ese lugar a esas horas? Ni puta idea, pero el caso es que consiguió indicar perfectamente a nuestros resacosos viajeros el camino correcto hacia Zamora, por la famosa Ruta de la Plata, que muy pronto va a revelarse como una zona a investigar a fondo en próximos viajes. En unos pocos minutos Zamora queda a la izquierda y el desvío a Toro a la derecha, ambos lugares serán visitados en una próxima ocasión, ya que de repente, y por una de estas extrañas conexiones mentales que todo tarado tiene de vez en cuando, el alcohólico comienza a babear mientras no deja de hablar de un violentísimo cocido que les está esperando en su gallega villa de origen. Tras pasar por sitios con letreros de papeo a los que es difícil resistirse como el extraño pueblo de Montamarta y que el destarifao grite un "¡viva Franco!" cada vez que se le cruza un anciano en su camino, el vehículo llega a Benavente, donde la A6 enfila su camino hacia tierras gallegas.

Es al llegar a la provincia de Lugo cuando las taraduras mentales del destarifao vuelven a surtir efecto en su desquiciado cerebro. Coger el desvío de Rábade hacia Villalba no tiene ningún sentido más que perder tiempo e ir por una carretera de mierda sin necesidad alguna, a no ser que estés tan perturbado que quieras visitar la casa donde nació Manuel Fraga en la propia ciudad de Villalba. Sí, el destarifao llega hasta esos niveles de locura. El problema es que una vez fuera de la ruta, y tras llegar hasta Puentes, las rotondas van a jugar una muy mala pasada a nuestros experimentados viajeros que, entre el pedo, la resaca y la perturbación reinante en sus cabezas en estos momentos a causa de la imagen del cocido, acaban por vagar perdidos por infames carreteras durante más de una hora. No entraremos en detalles, puesto que al final se consiguió llegar al destino y por supuesto, entre sudores, eruptos, cerveza y vino, degustar el susodicho cocido gallego, que para los menos expertos diremos que entre otros manjares, se compone de chorizos, jamón, pollo y ternera. Son las tres de la tarde, buena hora para una reconfortante siesta y cargar pilas de cara a la noche.

Es un día de transición, así que nuestros sufridos viajeros no se van a desfasar mucho. La cena se llevará a cabo en Puentedeume, hermosa villa en la desembocadura del río Eume, donde aguas arriba el Caudillo solía pasar largas jornadas dedicadas a la pesca. Tras una cerveza de aproximación junto a un viejo camarada del alcohólico, del cual el destarifao simplemente va a opinar "ese tío está muy ciclado", toca una doble sesión de cena. Y es que las brutales raciones iniciales del Zas (clásico garito del lugar) no acaban de satisfacer a nuestros virulentos amigos, salvo en el precio, con el cual el destarifao está absolutamente alucinado, puesto que esperaba más del doble. Y no es que la comida no sea espectacular y en grandes cantidades, simplemente es que estos dos tíos son unos auténticos cerdos. Así que un segundo paso es lanzarse de cabeza al pulpo y la lengua del Compostela, sitio también muy violento donde para pedir algo en la barra los clientes literalmente han de pasar unos por encima de otros. Vinos y cervezas ya han comenzado a desfilar por los gaznates de destarifao y alcohólico que, en un momento de lucidez, y antes de conseguir que la jornada de transición se convierta en un infierno etílico, deciden irse a dormir antes de que las hordas fascistas de Zetaparo intenten hacerles un control de alcoholemia para recaudar fondos que más tarde irán a parar a negros y sudakas. Mañana será otro día, y muy cañero.
 
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