lunes, 10 de agosto de 2009

El fin de semana perdido 4. Regreso

Para el destarifao el día comienza con uno de sus desayunos habituales, Ribeiro y la tapa que tengan a bien ponerle. Aunque lo suyo más que un desayuno ya es una competición, a ver cuántos vinos se puede hacer el tipo antes de la hora de la comida. El alcohólico ya está completamente destrozado, apenas puede arrastrarse hasta la mesa donde la copiosa comida del día de hoy está esperando. Para abrir boca unas zamburiñas en salsa de vieira y unas almejitas sobre las cuales el alcohólico se lanza como un desesperado a pesar de su intensa resaca y unos dolores que apenas si le dejan andar, pero mientras se pueda comer sentado, no hay problema. El plato fuerte llega con una hermosa fuente de chuletas de lechal y solomillo de ternera, ambos manjares realmente exquisitos, lo mismo que los diferentes vinos que van pasando sin interrupción por la mesa. Pero el destarifao no puede tener una comida medianamente normal, la nota de chaladura mental siempre ha de estar presente, y ahí vamos, llamando a gritos a la camarera una vez los platos han sido vaciados porque así, de buenas a primeras y sin venir a cuento, se le han antojado unas cigalas. Y hale, un kilo de cigalas sobre la mesa, hermoso postre. Por supuesto no sobró ni una.

Después de un par de copones de pacharán y a pesar de todas las horas dormidas por la noche, tan copiosos manjares y semejante carga etílica no podían llevar a otro sitio más que a una tremebunda siesta. Y he aquí que nuestros amigos estuvieron roncando como auténticos cerdos hasta la misma hora de la cena, digamos que el olorcillo a elementos con que llenar la tripa les hizo resucitar de su letargo inducido y ahí estaban nuevamente dispuestos a arrasar con todo lo que se pusiera delante de ellos. La cena tampoco fue algo excesivo y es por ello que tras un par de horas de necesario reposo, al destarifao le cruzó por la mente la idea de regresar a casa en ese mismo momento. Estamos hablando de casi la medianoche, del alcohólico dando cabezazos de cansancio en una silla y de la chifladura mental que llevaba a pensar al destarifao que viajando a esas horas habría menos tráfico. No le vamos a quitar la razón, pero también habría que pensar si después de los excesos acaecidos en los últimos días el menda aguantaría un viaje de nueve horas despierto y lo más importante, sereno.

Carretera y manta, una vez más. Los de siempre, Nino Bravo, Julio Iglesias, más la nueva adquisición, un CD de Manolo Escobar que el destarifao compró en Coruña a un negro en mitad del delirio etílico de la jornada anterior. A estas alturas el coche ya es una auténtica pocilga, tubos nariceros por todas partes, tarjetas de crédito desperdigadas, CD's llenos de mierda por el suelo, pero eso no impide en absoluto que el alcohólico se sienta como en casa y pegue una roncada de tres pares de cojones. Lo malo de viajar de noche es que las paradas no pueden ser excesivamente etílico-gastronómicas, apenas hay lugares abiertos y allá donde entran semejantes dos personajes despiertan el recelo de camareritas (y también camareritos) del turno de noche. Atravesando Madrid el destarifao lanza una frase "veo doble" que provoca una reacción de acojone tal en el alcohólico que inmediatamente provoca una parada y cambio de conductor. Aunque al cabo de un par de horas el alcohólico devuelve un "sólo veo rayas" mientras se le cierran los ojos que desemboca en la siempre necesaria parada en Graja de Iniesta (ya se sabe, apenas cien habitantes y cinco prostíbulos). Por desgracia para ellos los lupanares están cerrados y tan sólo pueden enchufarse un par de cafés bien tocaditos. Apenas una hora después nuestros héroes están sanos y salvos de regreso a casa.
 
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