miércoles, 22 de septiembre de 2010

Amerindios delinquiendo a sus anchas

Me lo contaba un vecino esta misma mañana, acontecido hace un par de días cuando él se encontraba en el supermercado comprando algunos víveres para echarse a la boca, los pocos que podía después de que Zetamierda y sus secuaces hayan mermado su capacidad económico-laboral hasta niveles más que irrisorios. Y allí se encontraba el hombre, en la cola, intentando pagar por los productos adquiridos cuando se encontró la escena que a continuación pasaré a narrar, una muestra más de la impunidad de los putos delincuentes amerindios que campan por nuestra nación a sus anchas sin que nadie tenga la decencia (políticos) ni los cojones (ciudadanos) de detener de una jodida vez esta invasión delictiva y criminal a las que nos vemos sometidos por culpa de la estupidez mental de unos cuantos capullos integrales que se llenan la boca con las putas alianzas de mierdalizaciones mientras viven a cuerpo de rey en sus urbanizaciones búnker, a muchos kilómetros del cada día más asqueroso y lamentable mundo real.

El caso es que mientras mi vecino esperaba detrás de varias amas de casa, parados y diferentes tipos de excrementos humanos foráneos, unos alaridos comenzaron a desarrollarse al final de la cola. Allí estaba una chica española joven, de unos veinte años, de bastante buen ver, rodeada por cuatro de estos asquerosos panchitos sin educación ni principios que no hacían más que lanzarle groserías y barbaridades mientras pululaban alrededor suyo. La cosa se fue complicando cuando estos "piropos" que rezaban cosas como "te voy a coger el culo" o "te vas a tragar mi verga" pasaron directamente a tocamientos por todo el cuerpo de la chica intentando incluso quitarle la ropa. Ella permanecía impasible, no sabía si quitárselos de encima diciéndoles algo a riesgo de directamente ser violada, o dejar hacer no fuera a ser que les diera por rajarla. La gente de la cola apenas si se giraba a ver qué ocurría, y cuando lo hacían rápidamente volvían de nuevo la cabeza hacia el frente como si el asunto no fuera con ellos. La cajera seguía cobrando y el vigilante de seguridad del supermercado parecía más desaparecido en combate que Chuck Norris.

En un momento dado, un señor mayor de unos sesenta y pico años que se encontraba al final de la cola, percatándose del acojone de la muchacha, se dirigió a los sudakas hijos de mala mona con un "eh, sinvergüenzas, dejad a la chica en paz y meteos conmigo si tenéis cojones". Y efectivamente, los hijos de puta dejaron a la chica y fueron cara al hombre soltando un "¿qué pasa, viejo, quieres que te deje mi marca?" mientras uno de ellos sacaba a relucir una navaja. El hombre tuvo que tragar saliva y apartar la vista de semejantes energúmenos que, sin saber muy bien por qué, decidieron dar por zanjada la cuestión y marcharse de allí pegando alaridos, insultando a los clientes y por supuesto sin pagar absolutamente nada de lo que llevaban en el carrito que obviamente también se llevaron. Nadie fue a preguntar ni a la chica ni al sesentón si se encontraban bien o si podían hacer algo por ellos. La cajera seguía cobrando como si nada y el seguridad debía de continuar fumándose un pitillo en la calle de al lado.

Mi vecino entonces hizo un comentario por lo bajini con otra chica de unos treinta años que estaba justo delante de él en la cola, refiriéndose a estos sudakas delincuentes hijos de perra que tenemos que aguantar sí o sí por el capricho de unos pocos memos. Y comienza entonces el recital progre de la susodicha clienta, que no se puede generalizar, que no se puede ser tan racista, que cómo se le ocurre llamarles sudakas, que si quiere que vuelva Franco y supongo que sólo le faltó mencionar a los Reyes Católicos y a Don Pelayo. Es decir, casi violan a una chica y rajan a un señor delante de tus narices y aún les sigues defendiendo. Por no hablar de las diez personas que allí se encontraban presenciando la actividad delictiva de esta gentuza y ni se preocuparon del asunto. Definitivamente queda claro que no hay solución, este país está lleno de imbéciles y cobardes.
 
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