martes, 14 de julio de 2009

Trocear al mono

Estás en tu casa tan tranquilo bebiéndote un whisky mientras escuchas el último disco de Meat Loaf. Disfrutas de la música y, cómo no, del caldo escocés que te ha costado más de cuarenta euros. Pero es lo que tiene, este tipo de bebidas están hechas para lugares donde las temperaturas son bastante más agradables que en este infierno mediterráneo donde vives. Recuerdas que antes tampoco era tan excesivo, se ve que estos asquerosos monos que están invadiendo tu ciudad se han traído con ellos su pegajoso y caluroso clima para que la invasión sea total. El caso es que comienzas a sudar como un puto cerdo, esa mezcla de calor, alcohol y michelines en tu cuerpo provoca una maloliente sudoración que empiezas a no poder soportar. Definitivamente tienes que abrir el balcón, la calle está ruidosa con el jodido tráfico de los cojones, pero mientras las cuerdas vocales del señor Aday sigan sonando, tampoco va a ser un problema excesivo. Además, viviendo en un cuarto piso tampoco vas a estar tan puteado como el pavo que vive en el primero. O tal vez sí, pero al menos estás algo más alejado de la calle, y de esa acera por la que cada vez que te asomas por la ventana sólo ves transitar a negros y sudakas.

Ha finalizado la tercera canción del CD y detienes la música. Escuchas algo raro tras la cortina del balcón, un chirrido metálico como si alguna parte de la fachada se estuviera resquebrajando. Vas hacia allí, abres la cortina y de pronto te ves a un sudaka con un hacha trepando por una cercana farola en dirección a tu balcón. ¿Pero esto qué cojones es, cómo ha podido ese ser trepar hasta ahí? ¡Son como monos! El subhumano te ve y sin pensárselo dos veces pega un bote hasta tu barandilla hacha en mano. Te apresuras a cerrar la puerta pero el muy animal la tira abajo a patadas y hachazos mientras babea como un perro rabioso y suelta unos horrendos graznidos. Te metes en la cocina a buscar algo para defenderte como sea pero ya tienes al puto simio detrás hacha en alto dispuesto a darte el toque de gracia. Con un rápido movimiento, mientras él levanta los brazos para incrustarte su hacha con toda la rabia de un invasor perturbado, coges el cuchillo de cocina más grande que tienes y le rajas el cuello sin contemplaciones. El gorila suelta el hacha, se agarra el gaznate y tú le metes unas cuantas estocadas más para que se quede frito y bien frito. No has tenido elección, amigo, eras tú o él. Sus intenciones eran más que evidentes, un amigo de lo ajeno al que no le importaba matar al dueño de la casa si con eso podía robar más a gusto. Esta es la mierda que nos enchufan en nuestro país con calzador.

Pero claro, ahora te has metido en un marrón, porque el tuyo no es un país normal y aquí los asaltantes tienen más derechos que los asaltados. ¡Y encima sudakón! Madre mía, colega, te vas al talego por xenófobo, fascista y de paso machista. Anda que no hay por ahí pobres hombres a los que por defender sus vidas en sus propias casas les han metido a la sombra una buena temporadita. Pues ya sabes lo que toca, majo, hay que hacer desaparecer el cadáver del mono, olvidar que esto ha sucedido y no dejar ni una sola pista. Vamos, que gracias a las maravillosas leyes zetaparianas que imperan en esta locura de país, de estar en tu casa tranquilamente mamándote un whisky vas a pasar a ser un delincuente asesino y ocultador de pruebas. No dudas, coges a ese saco de mierda que te ha llenado la cocina de sangre y te lo llevas al baño. Lo metes en la bañera y allí comienza el show, el cual va a necesitar del hacha del propio mono y de varios de tus cuchillos de cocina. Toda la noche troceando al puto simio, vaya entretenimiento, todo por el capricho de esa invasión consentida por nuestro amigo Zetaparo y sus asquerosos secuaces nazisociatas. Eso sí, al día siguiente, como todas las mañanas, saludas a algún vecino en el ascensor y bajas a tirar la basura. La única diferencia es que hoy tienes muchas bolsas que echar al contenedor.
 
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