viernes, 21 de marzo de 2008

Evasión

La celda era fría, húmeda, un tanto oscura, pero, sobre todo, era monótona, era un lugar donde las horas, los minutos, incluso los segundos, duraban toda una eternidad. La destartalada cama ocupaba prácticamente un tercio del espacio que aquella superficie de rugoso cemento ofrecía, y en ella, él se sentaba siempre que disponía de algún tiempo libre para pensar en multitud de asuntos. Sólo de vez en cuando su atención era distraída por la poca luz que entraba por el estrecho ventanuco, y no podía evitar la tentación de acercarse a contemplar el verde paisaje que desde allí se observaba.

Por lo demás, su vida era lo más rutinaria posible, como la de todo preso encerrado en aquella enorme prisión de alta seguridad. Su pasado era algo que ni él mismo recordaba, se había borrado de su mente, aquella condena era capaz de transformar por completo a cualquiera. Apenas hablaba con nadie, su mundo se centraba únicamente en él mismo y en su celda, que ya se había convertido en su hogar. Incluso en sus contados paseos por el patio, era un personaje solitario, miraba los muros, el suelo, los edificios, las torres, todo menos a los demás reclusos. Jamás decía una palabra, nunca se quejaba, sólo miraba y miraba los objetos, pero no hablaba.

Las tardes eran siempre aburridas, pesadas, incluso molestas, pero para él era siempre el mejor momento para sentarse tranquilamente en su celda y reflexionar sobre asuntos imaginarios que nada tenían que ver con aquel lugar. Se evadía con su propia mente, y cuando volvía de estas curiosas aventuras, se sentía reconfortado, como si realmente hubiera estado fuera de la prisión viviendo todas las peripecias que le surgían por doquier en su cabeza. Y así era un día tras otro, había adquirido ya tanta experiencia en el asunto, que podía viajar al lugar que quisiera, pero siempre volvía a aquella celda, porque al fin y al cabo, era su hogar.

Mientras su mente viajaba, su cuerpo se quedaba sentado en aquella cama con los ojos cerrados, como dormido, ignorando a cualquiera que en aquel momento entrase y se encontrara junto a él. A medida que pasaba el tiempo, sus viajes eran cada vez más reales, incluso a veces creía no volver, pero siempre había un final feliz y un regreso al hogar. Un día un carcelero entró en su celda y volvió a ver su cuerpo como siempre, sentado, quieto, con los ojos cerrados, pero por mucho que lo intentó, aquel día no consiguió despertarle. En aquella ocasión él no encontraba el camino de regreso a su hogar, se había perdido en su imaginación, y allí había quedado encerrado. Y es que su cuerpo físico había muerto.
 
Clicky Web Analytics