domingo, 30 de marzo de 2008

Sin retorno

Era un extraño paraje, a ambos lados del camino los frondosos árboles cubrían por completo el discurrir de aquellos valientes aventureros. Sin embargo aquel camino de tierra mediría a lo sumo dos metros de ancho, y no había absolutamente nada que pudiera obstruir la marcha. La espesura era impenetrable y, aunque a veces la tentación era muy grande, el hecho de no encontrar un lugar por donde hacerlo, libraba a aquellas gentes de la idea de adentrarse entre toda aquella maraña vegetal.

El caso es que al salir del poblado no había sino verdes praderas flanqueando su caminar, pero poco a poco la vegetación se fue adueñando de todo. Primero aparecieron unos pequeños matorrales, que fueron creciendo más y más, después tímidos árboles, hasta llegar a un punto en que la conglomeración era tal que limitaba la visión a lo más superficial. Pero a nadie parecía importar esto, más bien les animaba a continuar, sabían que estaban viajando por un lugar muy poco frecuentado y que posiblemente tendrían su recompensa al final. Además aquel camino de tierra no podía sino significar que sin ninguna duda acabarían por llegar a algún sitio.

Debían de ser aproximadamente diez personas, las cuales comenzaban ya a denotar cierto cansancio, pero eso no les importaba, incluso trataban de ocultarlo, como si para ellos lo único importante fuera seguir y seguir andando hasta encontrar algo. Pero el camino comenzaba a estrecharse, y a medida que esto sucedía, el vigor que aquella gente daba a sus piernas parecía disminuir. La idea de no encontrar ninguna salida comenzó a rondar la cabeza de más de uno, y la aventura parecía desvanecerse por momentos.

Alguno que otro comenzó a mirar hacia atrás, como deseando volver antes de tener algún serio problema, pero siempre había un algo misterioso que convencía a todos para continuar andando por aquella espesura. El camino acabó por terminarse, todos se miraron, como abatidos, como si sus ideales se hubiesen hundido de pronto, pero nadie decía nada. Ante ellos se extendía la más tupida maleza que jamás habían visto, detrás de ellos el camino por el que habían llegado hasta ese punto ya no estaba, había desaparecido, y en su lugar la vegetación había inundado el paisaje por completo, les había rodeado. Sus rostros comenzaron a reflejar horror, y con un silencio inaudito, aquella enorme selva se los tragó.
 
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