lunes, 3 de marzo de 2008

Candelabros

Tan sólo la tenue luz de los candelabros dejaba entrever las sombras que presidían cada vez con más intensidad aquella misteriosa sala del castillo. El frío y la humedad que producían aquellos sólidos muros se juntaba con el sepulcral y aterrador silencio que se extendía por aquella lúgubre estancia. La puerta que daba al pasillo central estaba entreabierta, flanqueada por dos inertes armaduras que posaban a ambos costados de la misma. No había señal de vida ni de movimiento, todo descansaba en aquella fría noche de invierno que cada vez se iba cerrando más.

Fuera, en la distancia, la temperatura llegaba a bajar hasta un punto en que era muy difícil poder sobrevivir. Sin embargo una oscura figura se movía por entre la espesura del bosque buscando cobijo en aquel inmenso castillo que dominaba el paisaje por completo. Aquella fría mano comenzó a golpear la enorme puerta que custodiaba el secreto de aquel coloso de piedra, pero no había respuesta, sólo el silencio, un silencio que parecía salir directamente desde allí dentro, y que contagiaba al mundo exterior.

La puerta comenzó a ceder ante la reiteración de los golpes, como invitando a entrar a todo aquel que acudiera en busca de refugio. La oscura silueta atravesó el umbral y posó sus pies en el firme suelo de aquel castillo. Allí se extendía un largo pasillo con puertas a uno y otro lado que acababa en unas siniestras escaleras que ni siquiera dejaban adivinar su final. Una de la puertas parecía llamar a aquel personaje, comenzando a moverse lentamente con un molesto chirrido. Aquella figura avanzó, empujando con delicadeza la puerta, casi con miedo, como deseando no saber qué había detrás.

Ante sus ojos apareció la habitación que tan bien custodiaban aquellas dos armaduras, que ofrecía una mesa escritorio y una silla en el mismo centro. Dos candelabros lanzaban una luz casi muerta desde encima de aquella mesa al resto de la habitación. El oscuro viajero se sentó en la silla y se quedó mirando la obsoleta forma de aquellos candelabros. Mezcla de agotamiento y aburrimiento, pronto apareció el sueño en su mirada, y cayó profundamente dormido.

Su sueño era de lo más apacible, aunque la estancia era fría, pero no era nada en comparación a la intensa helada que reinaba fuera. Pronto aquel frío desapareció, y luego se tornó en calor, un calor que se hacía más y más intenso, que provocaba que el aire fuese completamente irrespirable. Aquel personaje se despertó alterado, echándose las manos al cuello ante aquel calor mortal, y acto seguido cayó al suelo agonizando mientras observaba la habitación. Millones de candelabros ardían produciendo tal calor que todo lo que allí había se deshacía poco a poco. Inerte, entre las dos armaduras, presidiendo aquella estancia, se alzaba una siniestra figura con una túnica negra... era la muerte.
 
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