
En lo más alto de una elevada y siniestra cima se podían distinguir dos confusos puntos negros, quizá con cierto parecido a dos figuras humanas. La distancia y la escasa visión dificultaban la confirmación de tal suposición, pero efectivamente allí estaban aquellas dos inertes figuras negras una frente a la otra, como en una curiosa actitud combativa. La nieve caía con fuerza sobre aquellos seres, pero la quietud y el silencio, sólo cortado por el bramar del intenso viento, reinaban en lo más alto de aquella protuberancia constituida exclusivamente por hielo.
Ambas figuras sostenían dos enormes y sádicas espadas en sus congeladas manos. Sus atuendos completamente negros eran difíciles de distinguir, pero les cubrían desde la cabeza a los pies, y tan sólo se podían ver entre aquellas gruesas telas unos ojos llenos de ira y cólera dispuestos a ejecutar algo así como una sentencia final. La inmovilidad parecía completa, aquellas dos figuras no querían empezar, se observaban y volvían a observar, buscando el punto flaco del rival, un punto flaco, una debilidad que no quería aparecer. En aquel momento ni un solo sentimiento humano cruzaba por sus cabezas, todo en aquel lugar era violencia.
De pronto comenzaron los pasos, movimientos oscilantes hacia delante y hacia atrás, vaivenes de espadas que surcaban el espacio cortando el aire. En un momento dado la proximidad de aquellos dos cuerpos fue tal que las espadas se cruzaron en su camino, y con un muy sonoro estruendo el silencio se quebró por completo, dando paso a la lucha por aniquilar al rival. Las brillantes hojas se cruzaban mil veces por segundo, y el ruido comenzaba a ser infernal, la velocidad de movimientos de aquellas dos armas se perdía a simple vista, todo pasaba a ser algo más que un simple enfrentamiento.
Las espadas seguían bramando y produciendo todo tipo de violentos ruidos, hasta que uno de los contrincantes pareció perder el equilibrio. Su espada salió despedida, y consciente de su derrota se arrodilló ante su contrincante. Éste, cogiendo con ambas manos y con una fuerza inusitada su arma, de un certero golpe mandó la cabeza de su adversario a rodar por la fría ladera de aquella montaña de hielo. El cuerpo decapitado cayó al suelo, mientras la otra figura volvía a quedar inerte, quieta, silenciosa, como antes de empezar el combate. Por su parte, el frío seguía intensificándose.