viernes, 10 de abril de 2009

Retorno al Papillón 5. Hacia el Valle

Son las ocho y media de la mañana, increíblemente nuestros héroes hoy han conseguido madrugar, cosa curiosa sobre todo si tenemos en cuenta los excesos de los últimos dos días. Tras las pertinentes cagadas violentas y lo justito en cuanto a aseo personal, ha llegado la hora de dejar atrás el hostal del abuelete pedófilo, el cual nos tenemos mucho que ya haya fallecido, al no aparecer durante todos estos días por el lugar. La temperatura en la calle es algo más fría que en los días pasados, aunque sin suponer un exceso, en torno a los ocho grados. Una vez cargado el vehículo, un postrero lapsus cruza por la mente de nuestros amigos... Papillón. Pues sí, coño, a ver si está abierto y cae un desayuno. Para gran desilusión de los comensales, todavía es demasiado temprano, aún así intentan rebotar hacia Goleta y Faroles pero tampoco hay suerte. Domingo a estas horas, todo dios durmiendo la mona. No tiene mayor importancia, la carretera espera y en ella muchos pueblecitos macabros con mesones, bares y tabernas que a buen seguro acojerán los exigentes e insaciables gaznates de nuestros queridos amigos. Pronto el vehículo está enfilando el Paseo Canalejas hacia abajo y, tras cruzar el río Tormes, la maravillosa Salamanca queda atrás esperando una nueva y pronta visita.

No han transcurrido muchos kilómetros cuando el ayuno de nuestros viajantes comienza a ser insoportable. Peñaranda y su macabro cementerio están ya a tiro de piedra así que se considera una buena opción para un hermoso desayuno. La diosa fortuna siempre sonríe a los papeadores profesionales y es así como, por uno de esos auténticos azares del destino, nuestros viajeros entran en una a primera vista simple cafetería que resulta ser uno de los lugares más premiados de España por sus brutales pinchos. Hasta cinco premios en los últimos dos años adornan las paredes de la Cafetería Los Álamos. El polaco queda impresionado ante la suculenta variedad de papeo que alumbra las vitrinas del lugar, hasta el punto de no saber qué cojones pedir. En cualquier caso, el objetivo del día de hoy es más importante y la distracción gastronómica tampoco acaba siendo excesiva. Lo suficiente para romper el ayuno y continuar en dirección a la sierra madrileña, lugar donde se ubica el próximo e importante destino al que nos va a llevar este viaje, el Valle de los Caídos.

Ya bajando por Guadarrama el noruego comienza a despotricar viendo que en la autovía no aparece señalizado tan importante lugar, cosas de hijos de puta irrespetuosos. Aún así, y conociendo bien la salida que nos va a llevar a tan monumental obra, en pocos minutos el vehículo ya está recorriendo el emocionante camino que entre arboledas conduce a la sagrada basílica. El famoso CD de música patriota comienza a sonar, con himnos varios que evocan los sentimientos más españoles que uno pueda sacar de sus entrañas. Tras un hermoso, corto pero intenso recorrido, el vehículo se detiene a los pies de la imponente cruz que marca el sagrado lugar. Unos pasos lentos pero firmes, emocionados y orgullosos conducen a nuestros amigos hasta la explanada que da paso a la entrada a la basílica. Se realizan las pertinentes fotos y, pasados tan sólo unos minutos del mediodía, nuestros compañeros entran en tan sagrado recinto. La suerte está de su lado, la celebración eucarística está en pleno apogeo y, mientras van ojeando tapices y capillas a ambos lados del pasillo central, sus pasos les van llevando poco a poco hacia la zona más importante de tan espectacular monumento.
 
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