Más cachondo todavía (dentro de la poca gracia del tema) era ver cómo a la entrada de una iglesia han instalado un arco detector de metales y un escáner para pasar las bolsas. Es que manda cojones. ¿Esta es la nueva España que quiere ZP, donde hasta para ir a misa hay que estar con los huevos en la garganta por si un moro loco o un tarado izmierdista entra con una pipa o una bomba a cepillarse gente? Pues oigan, yo sinceramente prefiero la época de FRANCO, pero así de clarito. En fin, entre indignación e indignación, el caso es que la visita acabó siendo de lo más productiva, visitando las tumbas que había que visitar y echando un vistazo de lo más completo a todo el lugar. De vuelta a la explanada, nuestros viajeros decidieron acercarse al restaurante y la hospedería a ver qué tal estaba el lugar, pero siendo todavía excesivamente pronto para jalar de mesa y mantel, se calibró la idea de acercarse a Segovia a papearse un cochinillo entero. Surgieron unas cuantas dudas referidas a la distancia y el reloj y, para evitar llegar demasiado tarde y quedarse sin manjares, nuestros colegas optaron finalmente por desplazarse a San Lorenzo del Escorial, donde un buen papeo castizo seeguramente haría las delicias de sus insaciables estómagos.
Es así como pasadas las dos de la tarde se produce el aterrizaje en la susodicha localidad madrileña. Tras un recorrido por el centro histórico y ante la imposibilidad de un aparcamiento fácil, se optó por algún asador de carretera. Un descuido monumental o una fatalidad del destino hizo que nuestros amigos aparcaran justo delante de la sede nazisociata del pueblo, eso sí, los pedos y eruptos violentos dirigidos a la puerta de tan asqueroso lugar, no faltaron. El cutre bar asador de carretera no era nada del otro mundo, pero el potaje de vigilia y el tintorro de mesa eran suficientes como para dar un aprobado al garito. Y ya no digamos el solomillo con patatas, momento en el cual el polaco estuvo a punto de perder la consciencia, blanco como una pared y con la mirada perdida más allá del plato, cerca del desmayo absoluto. Pero los cojones son los cojones y tras un par de sorbos de agua no sólo se acabó con lo que había sobre la mesa sino también con los correspondientes postres y cafés. Y copa y puro no porque ya sabéis que en este país ahora mismo ni mamar ni fumar, hail ZP. Así pues, tripa hasta el techo y apetito saciado, estupenda situación anímica para continuar el eterno regreso a casa. Y así fue la historia y así la hemos contado, porque cuatro horas después, nuestros amigos llegaban sanos y salvos a casa y sin novedad en el frente. Pero volverán.