martes, 20 de abril de 2010

Reencuentro con el vagabundo del banco

Pasear es mi principal ocupación a día de hoy, sobre todo desde que formo parte del Plan Z, ya sabéis, la extraña afición de nuestro querido subpresidente de dejar a toda la población española sin empleo y sin cobrar un puto duro. Cierto es que con la cantidad de morenos delictivos y sudakas violentos que pululan por las calles de mi ciudad, no es nada seguro eso de salir a darse una caminata a pleno sol, pero qué cojones, los que ya nada tenemos que perder no tenemos miedo. Y si de una mala puñalada nos dejan tirados en el suelo por querer sustraernos lo que hace tiempo que no tenemos, pues todo un alivio, oigan, allá arriba ni Zetaparos, ni vicebichos, ni feminazis, ni imbéciles que a día de hoy les siguen defendiendo y dando su voto en mitad de una sinrazón que sobrepasa los límites de la subnormalidad más profunda. Pues eso, cojones, a pasear, al menos hasta que sea gratis y no nos pongan multas por ello, aunque para eso poco falta ya con esta pandilla de intolerantes neonazisociatas indeseables.

Después de quince minutos de poner un pie delante del otro y así una y otra vez, me detengo frente a un semáforo en rojo. A mi izquierda escucho un extraño sonido gutural mezcla entre tos y vómito. Coño, ahí está, mi viejo colega el vagabundo del banco. La última vez que pasé por aquí no había ni rastro de él, en su lugar anidaba una familia de roñosos y maleducados sudakones que no hacían más que molestar a todo el que por allí pasaba con sus alaridos, miradas de desafío e incluso encaramientos. Pues sinceramente, qué alegría volver a ver a este hombre, había llegado a pensar que había sido rajado de arriba abajo por los invasores o que, simplemente, en uno de sus colocones habituales de vino Casón Histórico de tetra brik se había quedado en el sitio entre vómitos, escupitajos y extrañas alucinaciones vinícolas.

No me lo pienso dos veces, me acerco tranquilamente y me siento junto a él, creo que ya en alguna ocasión habíamos cruzado algunas palabras. Hoy, tras el correspondiente saludo que es devuelto con una mezcla entre cordialidad y extrañeza de que alguien se pueda dirigir a él, le pregunto por su ausencia y por la inquietante presencia de los sudakas malignos en su lugar. Me contesta que tuvo que marcharse a otro banco a unos diez minutos de allí porque estas alimañas llegaron un día y tomaron su lugar de descanso por morada permanente, al tiempo que se dedicaban a vender pañuelos de papel a los conductores que veían su marcha frenada por el semáforo, e incluso los días de poca recaudación no vacilaban en llevarse por el viejo método del tirón el bolso de alguna señora anciana. Por lo visto también le amenazaron a él, hombre precavido y con experiencia en la vida, que decidió largarse a otra zona donde no tuviera ni que encontrarse con estos malos bichos.

Pero aquí está ahora de vuelta, ni rastro de los sudakas, parece que ya no tienen ni qué robar, los españoles están en la ruina y no sale muy rentable llevarse bolsos ni carteras. Hombre, la putada es que no creo que se hayan marchado del país, al fin y al cabo en qué lugar mejor que en España va a vivir un delincuente. No sólo tienen más derechos que las personas decentes, sino que incluso muchos de ellos se dedican a la política, alguno a la judicatura y, si por una de aquellas, resulta que se les quiere empapelar, se hacen manifestaciones y concentraciones en favor de estas escorias humanas. Pues eso, España paraíso del delincuente. Me despido del vagabundo pero le emplazo para otra conversación de aquí a unos días, cuando vuelva a pasar por el semáforo del banco. En el momento que me levanto y me marcho, de una bolsa blanca saca su eterno brik de vino, lo abre y le mete un buen trago, seguro que no es el primero del día. No sé por qué pero el recordar esta anécdota me ha abierto la sed. Voy a ver si yo también me hago un vinito, que ya toca. Salud, hermanos.
 
Clicky Web Analytics