A todo esto, el programa Espejo Público (que bien pudiera llamarse ya de una puta vez Espejo Progreta) nos sale con la noticia de un grupo de neonazis cometiendo violencia "fascista" (ojo a esta nueva variedad que en breve se pondrá de moda en todos los desinformativos) contra inmigrantes en el barrio valenciano de Barona. Y ya tenemos a los típicos progreconterturlios lanzando las mil y una gilipuerteces por la boca mientras el reportero de turno se desplaza al lugar de los hechos y nos ponen las típicas imágenes grabadas con móvil en las que no se ve ni a agresores ni a agredidos, sólo a gente haciendo el burro. El reporterillo a pie de calle comienza a entrevistar a la gente del barrio, amas de casa, ancianos y demás. Les pregunta si están atemorizados por todo esto de la violencia "fascista" y dicen que sí, que ellos están cagados de miedo por la cantidad de inmigrantes delictivos que pululan por su barrio. Intentando reconducir la pregunta, ahora se les interroga sobre jóvenes racistas que anidan por el lugar y una señora suelta un más que sincero "yo no soy racista, pero me están haciendo que lo sea". Desde el estudio central se corta rápidamente la entrevista y los megaprogreguays de los contertulios comienzan a insultar a la señora y a los vecinos por xenófobos, fascistas y pim pam pum. Pero ahí ha quedado el mensajito, putos progres. ¿De quién es la violencia ahora?
Salgo a la calle pensando en todo esto, un trayecto de apenas veinte minutos y rapidito, no vaya a ser que algún hijo de mona me saque una navajita y vayamos a tenerla. Y es que así vivimos, acojonados por todos estos delincuentes invasores que campan a sus anchas con el consentimiento de un puñado de progres anormales hijos de perra y de unos desgobernantes a los que toda esta mierda les parece supermegaguay porque hay que ser "tolerante". Os metía vuestra puta pseudo-tolerancia por el culo, capullos. De pronto llego a un semáforo y me veo rodeado por dos putos negros que me piden dinero. Como les digo que no tengo y sigo caminando, comienzan a insultarme. Menos mal que soy feo y gordo, si no ya me habrían atracado sin mediar palabra. A los pocos pasos me sale de un recoveco un moro pegando alaridos. Éste no sé ya si quiere dinero, hacer el capullo o simplemente dar por culo. Paso de él y me sigue durante unos doscientos metros gritando mierdas en su puto idioma natal. Cuando me canso ya de tanta tontería me giro y lo mando a la mierda alto y claro, para que lo escuche todo transeúnte en un radio de varias manzanas y a ser posible acuda alguna patrulla de la policía a detenerme (a mí, claro, al moro, lo dudo). Finalmente llego a mi casa y vuelvo a cuestionarme cómo cojones hemos podido llegar a esto. Y odio más y más al PSOE y a todos sus putos votantes.