Desde las lejanas esquinas comienzan a surgir cantos de sirenas. Amor por dinero, prostitución que observa el caminar de Joe desde la distancia, intentando atraer su completamente omnubilada atención. Su mente, mezcla entre delirio y enfermedad, está fija en una obsesión inducida hace ya meses o incluso años. El pensamiento no se va, no se muere, porque la raíz de su cada vez más acentuada locura preside su vida, aparece a cada minuto, a cada segundo. Comienza a cruzar semáforos en rojo, sin ni tan siquiera tenerlo en cuenta, aunque al fin y al cabo en mitad de esta macabra escena es lo de menos. Un extraño peligro comienza a acecharle y siente como por dentro su vida se revela contra una muerte segura y deseada. Está perdido en sí mismo y en el mundo, aunque no sea culpable de nada, y el odio crece en su interior.
Un extraño escalofrío que le recorre el cuerpo le recuerda que hoy no ha tomado su medicación, quizá ayer tampoco lo hizo, y los efectos de un síndrome de abstinencia bastante violento comienzan a dejarse notar. Pero no puede hacer nada, las sustancias que necesita se hundieron en un profundo lago, como todas sus felices vivencias pasadas. Y a Joe no le gustan las tiendas, ni las farmacias, así que no va a comprar más medicina. Completamente vapuleado por la vida, ahora encuentra que está solo y perdido frente a la muerte. Su única esperanza es la pistola, la cual ansía y anhela más que cualquier otra cosa en este psicótico momento. Varios coches pasan junto a él, el tráfico se aviva, el silencio se ha roto, el arma está a punto de llegar. En las ventanas de los edificios miles de ojos se agolpan para curiosear, como en una escena de despedida a su triste y patética existencia. Él mira hacia arriba, hacia el oscuro cielo sin estrellas, buscando una respuesta, buscando a Dios, pero no está.
Joe está de regreso a sus pensamientos y a su destino, sin respuestas, sin vida, sin nadie que sienta el más mínimo sentimiento de amor por él, ni ahora ni nunca. Su decisión ha sido marcharse y no volver, a la eternidad, a un lugar donde las puertas se cierran para siempre y el amor no existe, ha desaparecido. Comienza a imaginarse levitando sobre un oscuro mar, con la mirada perdida y en mitad de la nada. A su alrededor solamente la noche y el agua. En una psicodélica escena se ve haciendo agujeros en ese mar, huecos por los cuales su vida poco a poco va desapareciendo. Entra caminando por uno de ellos, paseando por un nuevo escenario, pero allí sigue sin haber nadie, no hay contestación a sus preguntas ni a sus pensamientos. Y aunque alguien estuviera junto a él, no le importaría, porque en este momento nadie podría saber cuáles son sus temores, sus odios y sus locuras.
Joe decide que es el momento de ahorrar salud, posiblemente para gastarla en otra vida, porque en esta ya no pinta nada. Piensa que es posible morir y resucitar en tres días, alguien ya lo hizo antes, así que él no tiene por qué ser menos. Sin embargo todavía no está muerto, con lo cual tampoco puede volver a nacer, su mente se estremece en mitad de una terrible confusión. Intenta clarificar sus ideas recordando que hace tiempo encontró un tesoro, pero lo perdió, se lo arrebataron injustamente y de la forma más cruel. Su tesoro anda vagando por entre las ruinas de su vida con la desgracia de saber que nunca podrá volver a alcanzarlo. Ahora Joe comienza a sentir compañía a su alrededor, no está solo, decenas de personas comienzan a transitar a su lado, se ha roto la oscuridad, el silencio, la soledad, pero siente que su vida se apaga cada vez más. Incluso comienza a sentirse muerto, sin vida. Se intenta explicar una y otra vez por qué le ha tocado a él, no es justo, pero es la puta realidad.
El odio le ha hecho poderoso, ahora Joe quiere fuego, arder, quemar, arrasar el mundo y convertir una vida en míseras cenizas. Un delirio surrealista le sirve una cruenta venganza en bandeja delante de él, junto al bordillo de la acera, frente a sus pasos. Se imagina con un lanzallamas a la espalda, comienza a apuntar a parejas de amantes que en la oscuridad inician sus juegos amorosos. Ha decidido que es la noche de las mierdas flotantes, hay que acabar con todo, todos estos payasos comienzan a arder en mitad de la enajenada carcajada de Joe, que está completamente fuera de sus casillas. Está muerto, sí, pero el fantasma está vivo y se ha convertido en un salvaje sin ningún tipo de control, un sádico perturbado que incinera todo aquello que pilla a su paso. Una novia, con su impecable trajecito blanco, se cruza en su camino y le mira a los ojos, vidriosos, llenos de furia y odio. Siente terror. Joe, sin vacilar ni un segundo, le prende fuego de arriba abajo, y la novia grita mientras su carne cae calcinada al suelo. Se odia a sí mismo y odia al mundo entero.