En un momento dado me paro en mitad de una estrecha calle donde varios ancianos están jugando con niños (serán sus nietos, más les vale). A un lado un enorme jardín da un poco de frescura al paisaje, aunque eso se rompe de forma instantánea cuando pasa un perro sin dueño por mi lado y casi me caga en la cara. Insisto en la limpieza de la ciudad. Cuando levanto la vista hacia el otro lado veo un bar, no debería de sorprenderme teniendo en cuenta el país en el que estamos, casi con más bares por kilómetro cuadrado que habitantes. A través de los mugrientos cristales veo a un par de señores de avanzada edad, esto me da buenas vibraciones, así que decido entrar y tomarme una cervecita que con este puto clima pegajoso de mierda, apetece bastante. Es que ni en invierno se puede tener frío en esta ciudad de mierda, vaya temperatura más asquerosa. Sin mirar demasiado a mi alrededor me siento en la barra y pido un doble de barril para recrearme un poco el gaznate. Para mi sorpresa, el tipo que me contesta tiene un acento bastante raro y pastoso, me fijo en él y veo a un puto moro.
Los moros no son como los sudakas, no les gusta trabajar por cuenta ajena porque son unos intolerantes y no respetan a la autoridad (tampoco es que los sudakas lo hagan mucho), así que me imagino que el local será suyo, algo que queda confirmado cuando presto mi oreja a la conversación que el moraco está teniendo con uno de los abueletes. Entre otras lindezas, el tipo está insultando por doquier al capitalismo, a Israel, a los Estados Unidos y a todo lo que se le pone de por medio. En una de estas le espeto que si tanto odia al capitalismo, por qué coño tiene un negocio propio y vive según las reglas del tipo de vida occidental. El muy hijo de Alá me mira con cara de odio y me empieza a soltar una perorata sobre Bush y Aznar, lo malos que son los yankees y el asco que le da el PP. Sin entender muy bien todas estas estúpidas ideas inconexas que el moro está soltando por la boca le vuelvo a interrogar sobre el por qué odia tanto al capitalismo y sin embargo regenta un bar, algo que muchos españoles no pueden hacer porque ni les dan ayudas para montar su propio negocio ni les permiten estar sin pagar impuestos cinco años por el "beneficio" de ser inmigrante.
El moraco de mierda sigue soltando espuma por la boca contra Bush, Aznar, el PP, los yankees, Israel y todas estas cosas que tanto gustan a los progres. En un momento dado le hago callar porque ya me duelen los oídos de tanto aguantar su puto acento de Mohamed y porque su cara de negro descolorido con el pelo a lo Bob Dylan me está empezando a provocar diarrea. Así que le comento que yo, hace años, viví sin ningún problema en los Estados Unidos y me lo pasé de puta madre porque soy un tío tolerante y me gusta conocer otros países y otras formas de vida. El muy hijo de puta se me pone amarillo y comienza a echar espuma por la boca, empieza a menear los brazos como un psicótico y me tira la cerveza por encima a manotazos. Me insulta mientras clava en mí todo su odio llamándome fascista, terrorista y asesino de niños. Definitivamente este moro es un hijo de puta, así que le agarro por las solapas y le digo que el único terrorista que hay aquí es él y la puta madre que parió a su jodido Alá, que si quiere asesinos de niños se vaya a buscarlos a Atocha o a las Torres Gemelas, y que si quiere conocer a un fascista de verdad se vaya a La Moncloa a ver a su queridito dictador nazi ZP. Le escupo a la cara, le suelto y me piro del local. Mientras camino de regreso a casa pienso en cómo hemos podido llegar a esta situación y mi odio hacia el PSOE continúa creciendo.