miércoles, 25 de febrero de 2009

De vuelta al comedor social

Hace unos días hablaba con mi viejo amigo Paco sobre todos estos malnacidos nazisociatas, psoístas y progretas en general que estaban llevando a la ruina a miles y miles de familias y que estaban destrozando vidas y mandando a vivir bajo un puente a tantas personas en este país. Me vino a la mente entonces mi experiencia en el comedor social, completamente ahogado por las deudas, sin un chusco de pan que echarme a la boca y absolutamente desesperado viendo como los hijos de puta de los progres se reían de mi desgracia y se regodeaban por cómo habían conseguido joder a tanta cantidad de población simplemente por puro placer. Gentuza, malvados, mezquinos, personas (por decir algo) que no merecen el derecho a la vida. El caso es que mientras pensaba en el comedor me vinieron a la mente todos los amigos que hice allí, en mi misma situación y pasando una necesidad más que agobiante, buenas personas, hasta los cojones de las chaladuras mentales de una panda de locos iluminados que por pura satisfacción habían arruinado sus vidas hasta tal punto. Y lo peor es que cualquier día de estos todos nos volveremos a ver allí, en el comedor, y esta vez, seguramente, ni siquiera tendremos comida para todos porque el país ya se habrá ido definitivamente a pique.

Al día siguiente, mientras paseaba por la calle, todos estos pensamientos seguían rondando por mi cabeza, así que decidí acercarme al viejo comedor social, que tampoco quedaba muy lejos de donde estaba en ese momento, a ver si conseguía encontrar a alguno de mis viejos compañeros de andanzas. Faltaba poco para la hora de comer así que era más que factible encontrar a alguien conocido, aunque lo malo de estos sitios es que al final te ponen un cupo, vamos, que si vas demasiadas veces te dicen que no puedes entrar más, que los demás también tienen derecho a mendigar. Y eso aunque tú sigas sin tener ni trabajo, ni dinero, ni una pistola para cargarte a Zapatero y acabar de una puta vez con tanta miseria en el país. Así que lo que la mayoría de los comensales suelen hacer es ir vagando de un comedor a otro, creando una especie de círculo vicioso que siempre les devuelve al mismo sitio después de un par de meses. Lo peor es que cada vez quedan menos comedores gratuitos, algunos directamente cierran porque al final son sus responsables los que acaban muriéndose de hambre también y en otros casos se da la vergonzosa circunstancia de que se pone precio para comer. Muy bien pensado, hacer pagar a gente que no tiene ni un duro, muy típico de progres y nazisociatas, que siempre se preocupan del más necesitado.

En apenas cinco minutos llego a la puerta del vetusto edificio y justo en los escalones que dan acceso me encuentro sentado a Toni junto a un tipo forzudo. Están hablando a grito pelado pero eso no impide que mi viejo amigo se dé cuenta de mi presencia y se levante para saludarme entre una gran alegría. Me pregunta si hoy voy a comer con ellos pero le digo que, aunque mi situación monetaria bien lo requeriría, lo cierto es que no tengo ni hambre. Toni, siempre de chiste fácil, me espeta que eso sucede porque el puto desgobierno ya me ha comido la cabeza para eliminar mi sensación de hambre, con lo cual la gente que ya no tiene ni un duro para jalar no protesta, son como zombis, alelados mientras ven el fútbol o los programas de mierda de la tele tipo Gran Marrano. El tipo que tiene al lado y con el que estaba hablando me resulta familiar, creo que alguna vez le había visto por el comedor aunque nunca había entablado conversación con él. Cuando se levanta y veo sus casi dos metros de altura y su corpulencia que hasta tapa los rayos del sol, me acuerdo perfectamente de él. Es el tipo ese con pinta de la Europa del Este al que todos llamaban "el ruso", solitario hasta la médula porque por lo visto no hablaba demasiado bien nuestro idioma. Ahora, con algo más de español en sus vocablos, parece que ha encontrado un buen compañero de fatigas en Toni.

Evidentemente somos presentados. El ruso se llama Dimitri y parece ser que no nos habíamos equivocado al adivinar su nacionalidad, moscovita de pura cepa. Toni me dice que estaban hablando sobre la alienación y manipulación tan espectacular que ahora se está dando entre la ciudadanía española. Personas que no tienen un duro para llegar a fin de mes, se quedan sin trabajo, no pueden pagar ni facturas ni hipotecas, el desgobierno se está cargando el país a marchas agigantadas y sin embargo ellos no hacen nada, se sientan como monigotes a ver la televisión cual peleles ignorantes y sin una puta neurona que les pueda hacer pensar. Ahora capto el chiste rápido que ha hecho Toni hace un rato en relación con todo esto. Dimitri, que por cierto habla bastante mejor de lo esperado nuestro idioma, compara esta situación con la que se vivía durante el comunismo más violento en la Unión Soviética. Entonces había inviernos en que la gente se moría de frío y hambre, pero todo se solucionaba cuando llegaban los camiones. Aunque él apenas tenía diez años dice recordarlo muy bien, camiones cisterna que llegaban a mitad de la Plaza Roja y la gente hacía cola ante ellos con todo tipo de vasos, vasijas, platos, cacerolas y sartenes. El contenido: vodka. Una buena manera para emborrachar a la población, mantenerla feliz y hacer que se olvidaran de sus problemas de paro, hambre y pobreza.

Dimitri ha empezado a hablar y ya no para. Otra cosa que le sorprende sobremanera es el mal trato generalizado a los ciudadanos autóctonos que se da en nuestro país. No entiende cómo pueden tener más derechos los sudakas, negros, moracos o cualquier otra mierda con patas que entra en nuestra nación antes que los españoles. Nos apunta que en Rusia, lógicamente, un ruso vale más que un español y que curiosamente llega a España y se encuentra con que también un ruso vale más que un español. No lo entiende y menos aún entiende cómo nosotros permitimos que se nos haga esto. Compartimos su ignorancia hacia este hecho, cómo es posible que haya capullos integrales maricomplejines que prefieren que se trate mejor a cualquier delincuente foráneo que a honrados españoles trabajadores que lo único que quieren es vivir tranquilos y en paz. Aún así Dimitri nos cuenta su historia, la cual ya hace algún tiempo alguien nos narró, y es que trabajaba en una empresa de la construcción con bastante futuro y buen sueldo, y de golpe y porrazo se encontró en la calle sin un puto duro y sin la opción ni siquiera de volver a su país porque no se puede pagar el billete. Pues si él está así, imaginemos en qué situación puede estar un español que currase en su misma empresa. Tiro en la sien, fijo.

Toni y Dimitri van a entrar ya a comer, pero antes de irse les pregunto por los demás compañeros de mesa que solían frecuentar el comedor. Por lo que me cuentan, Borrás sigue fiel a su cita, incluso un día unos voluntarios progretas intentaron tirarlo del comedor porque decían que ya llevaba más de un año acudiendo y estaban hartos de él. Se montó un escándalo de cuidado, siendo tan querido como es el abuelo (así lo llaman ahora), y al final los progres de mierda acabaron siendo objetivo de un violentísimo lanzamiento de platos llenos de comida. Obviamente no volvieron, la gente del comedor está hasta los huevos de este tipo de imbéciles. Por su parte, a Jesús y al doctor Tomás hace mucho que no se les ve. Lo de Jesús no me extraña puesto que era de los que siempre iban buscando nuevos lugares para comer, estará rondando la ciudad o de paseo por alguna otra urbe. Más me entristece el caso del doctor, un hombre que lo había perdido todo como consecuencia del feminismo radical y virulento que a día de hoy maneja nuestra sociedad. No me extrañaría lo más mínimo que se hubiera pegado un tiro. Lo más preocupante es que ni es el primero ni va a ser el último.
 
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