jueves, 29 de octubre de 2009

Multando a un suicida

Joaquín ya está hasta los cojones de la vida. En los últimos años le han amargado y jodido la existencia, y los responsables bastante directos de todo esto son los hijos de puta de los nazisociatas. Pues sí, le han dejado en la ruina, sin empleo, sin familia y prácticamente sin hogar. Se siente un despojo humano, le han robado su vida y sus ganas de vivir. Pero ellos se ríen a carcajada limpia, son así de buena gente, se lo pasan en grande enviando a las personas a un suicidio asistido e inducido. No hay solución ni vuelta atrás, ni siquiera las cervezas que se está metiendo en el cuerpo en la soledad de un bar le pueden reconfortar. No consigue ni emborracharse, su mente está ya tan jodida que ni reacciona ante la presencia del alcohol. Casi es mejor que dé un paso más y se empiece a bajar la botella de Smirnoff que tiene ante sus narices. La camarera no vacila, hasta se alegra, con la ingesta de cubatas por parte de Joaquín va a ganar unos cuantos euros más que con las tímidas cervecitas, y seguro que le hacen falta, porque estos psoístas hijos de puta también han jodido su economía, como la de todo el mundo, lo que pasa es que hay mucho imbécil integral que ni aunque le estén robando delante de sus narices se daría cuenta.

A pesar de la creciente taja que lleva encima Joaquín, sigue cabizbajo y ensimismado en sus problemas, problemas que ya no tienen solución por el arte comebolas, lavacerebros, enrevesado y enfermizo de esos hijos de puta destrozavidas que anidan en nuestro desgobierno. Sale del bar y se sube a su automóvil, es de noche, la carretera está solitaria, su mente ya no puede aguantar tanta presión y necesita un respiro definitivo. El paso a nivel está abierto, su automóvil pasa por encima de las vías del ferrocarril pero no avanza más, allí ha decidido Joaquín terminar ya con esta aberración. Tranquilo, sabiendo que este final es una liberación, apaga el motor y espera la llegada del pesado y lento tren, en los últimos años éste es quizá su momento más feliz. Relajado y con los ojos cerrados comienza a escuchar voces, y de pronto alguien golpea su ventanilla. Coño, la policía, son inoportunos hasta para esto, si cuatro negros estuvieran atracando a una anciana seguro que los muy jodidos no aparecían. Joaquín mira por el retrovisor y ve las eternas sirenas azules. Un madero le obliga a bajar la ventanilla y el otro ya está detrás tomando nota de la matrícula, si aún le multarán y todo.

El poli le pregunta qué cojones hace en mitad de la vía, la respuesta es obvia, menudo capullo. Como no puede estar allí, le indican que retire el coche hasta el arcén más cercano, pero claro, previamente se le hará la prueba de alcoholemia para ver si está piripi, estos mendrugos no pueden pensar que un tío se quiera suicidar simplemente porque está hasta los cojones de la destroza de vida que le han hecho. Obviamente, las cervezas y los cubatas hacen que el alcoholímetro se dispare, así que obligan a Joaquín a bajar del coche que, por supuesto, sigue en mitad de las vías. Al cabo de unos minutos aparece una grúa que engancha el coche de nuestro amigo y se lo lleva al depósito. Los maderos le dan un par de recetas a Joaquín y lo dejan tirado en mitad de la nada, a kilómetros de cualquier población, sin coche y sin un duro (previamente se lo había gastado todo en el bar). Imaginamos que estas lumbreras policiales pensarán cobrar la multa por alcoholemia, el estacionamiento indebido y por supuesto el arrastre de la grúa, aparte de retirar el permiso de conducir a Joaquín durante el tiempo que les venga en gana. Pero eso sí, evitar un suicidio, ¿para qué? Eso no da dinero a las desfalcadas arcas estatales. Así pues, Joaquín, ya sin su coche, decide tumbarse tranquilamente en mitad de la vía y esperar a que todo acabe.
 
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