viernes, 5 de septiembre de 2008

Lo macabro XIV

El macabro desfile de descarnados seres cadavéricos hace rechinar sus pisadas sobre los desgastados adoquines. Una calle tras otra, el lugar se va infectando de este asqueroso y a la vez tétrico sentimiento que preside la tenebrosa noche. Los esqueletos continúan avanzando, los ecos de sus macabras risotadas se oyen cada vez con más intensidad, nada parece poder detener este extraño y siniestro avance. El estruendo se sigue multiplicando, llega incluso a hacerse completamente insostenible, algo desorbitado, fuera de todo control, un sonido insoportable que casi parece irreal.

De pronto el silencio se abre paso en la noche, un silencio repentino y absoluto. Las carcajadas, los crujidos de los huesos, el caminar de aquellas figuras, todo absolutamente ha cesado, y el viento aprovecha su ocasión para muy suavemente comenzar a silbar por entre toda aquella multitud de seres funerarios. Los cadáveres están quietos, se han detenido de repente, algo ha debido de llamar su atención, algo ha debido de entrar por sus ojos medio deshechos y corroídos. El desfile macabro se ha detenido a la entrada de una ancha y larguísima calle que parece no llevar a ninguna parte.

Pero al fondo se distinguen dos grandes columnas, perfectamente alineadas de frente a tan horrendo ejército de calaveras, que parecen presidir y al mismo tiempo observar todo lo que forma esta enorme calle. Entre las dos curiosas columnas, acosado por un viento que parece no venir de ninguna parte y dejando ondear su hermosa capa negra, se encuentra la figura del sombrero de ala ancha, de pie, impasible ante tan tremenda escena. Sus piernas se aferran al suelo con una fuerza increíble, y su perdida mirada parece lanzar amenazas de guerra a los cientos de muertos vivientes que aparecen al otro lado de la calle. El silencio crece, el viento comienza a surgir con una fuerza poco habitual inundando todo el paisaje.

La figura de la capa y el sombrero de ala ancha continúa de pie observando la situación, sin moverse absolutamente para nada, la quietud invade el lugar. De forma repentina su mano izquierda comienza a tomar movimiento, se introduce entre sus vestiduras, y consigue extraer una especie de viejo pergamino completamente enrollado. Vuelve a quedar la escena totalmente quieta, pero sin embargo comienza a surgir un generalizado rumor de entre los cadáveres, como interrogándose sin palabras para saber qué es lo que está sucediendo. El rumor crece, se mezcla con el viento; el personaje de negro sigue quieto, de pie, impasible, oteando la situación, como en actitud de espera.

Una nueva figura aparece en escena, sin saber de dónde ha salido ni cómo ha aparecido. Junto a la oscura figura de la capa aparece la anciana de largos cabellos blancos y hermosos ojos, quieta, de pie, sostenida por un pequeño y fino bastón, y observando la escena sin ninguna expresión en su rostro. Un intenso murmullo vuelve a surgir de la zona en que se encuentra el ejército de calaveras, un murmullo que va creciendo, y que se hace más y más intenso hasta llegar a la insoportabilidad. De pronto los cadáveres inician una loca carrera hacia estos dos personajes y las columnas que amparan su presencia. Descarnados gritos de batalla rompen en la noche a punto de comenzar la lucha final.
 
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