miércoles, 2 de julio de 2008

Lo macabro II

Una figura cuyos contornos apenas se podían delimitar con claridad comenzó a moverse en la lejanía, como acercándose al centro de este tenebroso escenario. Una sombra que se movía con pasos irregulares y siniestros, pero que sin embargo se acercaba con una firmeza impasible, sin detener sus crueles pasos. Poco a poco la figura se iba acercando, pero la viscosa oscuridad que cada vez se extendía más no dejaba percibir sus formas nítidamente. Las sombras parecían agitarse ante aquella aparición espectral, que finalmente llegó a un punto de aquella calle en que detuvo sus pasos.

Bajo la tenue luz de una de aquellas tétricas farolas, su silueta comenzó a dibujarse con mayor claridad. Un sombrero de ala ancha producía una misteriosa sombra que cubría todo su rostro, absolutamente imperceptible. Por su parte una larga capa cubría todo su cuerpo, desde sus amplios y cargados hombros hasta sus oscuras botas, dejando apenas entrever las vestiduras negras que aparecían por debajo de ella. Aquella sombra salida como desde el infierno, a pesar de su no demasiada estatura, proyectaba una larga y sádica sombra sobre los adoquines de aquella oscura calle.

La quietud volvía a tener lugar, pero la tensión parecía seguir creciendo. Aquella figura se había quedado impasible, como oteando con su escondida mirada los rincones, recovecos y sombras de aquel lugar. Todo seguía en silencio, con aquella sombra alargada presidiendo la funesta calle entre las dos hileras de farolas, como si de una perversa ceremonia se tratara, como si aquello fuera el más tenebroso de los rituales. La irrealidad parecía acercarse y penetrar por en medio de esa noche, como si la extraña escena no fuera más que un juego entre todo lo allí presente.

Una inesperada y densa niebla comenzó a cubrir la parte superior de las casas, y rápidamente extendió su manto a todo aquel lugar. La luz de las farolas comenzó a perderse y la oscura figura parecía diluirse en medio de aquel fenómeno. En apenas unos minutos, las formas que ya muy difícilmente podían distinguirse en la noche desaparecieron por completo, y aquella siniestra niebla se adueñó de la noche, una noche que fue absorbida, cuya oscuridad, dominada por la sombras, pasó a ser la nada, la ausencia completa de visión en un mar de violentas tinieblas.
 
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