jueves, 17 de julio de 2008

Zapatero es una puta

Mi amigo Ramón está en la ruina, desesperado, cercano al suicidio económico al que le ha conducido el desgobierno de un payaso hitleriano que no sabe ni sumar y sólo se preocupa del bienestar de maricones, delincuentes y anormales catetos que le lamen el culo. Con los últimos billetes y monedas que le quedan decide cargar el coche de combustible para efectuar un corto viaje a las afueras de la ciudad, llenando el depósito lo justo, pensando que no tendrá ninguna necesidad de volver una vez que haya finalizado su periplo por esta vida; vida que comenzó el principio de su fin hace poco más de cuatro años, cuando unos miserables asesinos sin escrúpulos se hicieron con el poder en el país donde él reside, España.

Ramón conduce durante poco más de veinte minutos hacia ninguna parte, con tan sólo setenta euros en el bolsillo, el símbolo de toda su actual riqueza, hecha añicos desde el momento en que perdió su trabajo, dejó de cobrar su subsidio por desempleo y además se encontró con que en la sociedad presidida por el miserable iluminado que anida en la Moncloa no había sitio para él, puesto que en las múltiples entrevistas en busca de un oficio no hacían más que echarle en cara su excesiva preparación y los incontestables hechos de haber nacido hombre y español. Escuchando un CD con el triste Réquiem de Mozart al son de un macabro coro que repite una y otra vez "confutatis maledictis", va alcanzando su aleatorio destino. Y es en el momento que empiezan a sonar las primera notas de la archifamosa Quinta Sinfonía de Beethoven cuando unas luces de colores en mitad de la sombría carretera le despiertan de su letargo.

Al acercarse más y más, movido por una postrera curiosidad, descubre el origen de tan llamativo efecto óptico. Una nave industrial completamente iluminada le ofrece un enorme cartelón de neón que reza "Night Club". Echando mano a su maltrecho bolsillo mientras reduce la velocidad, Ramón piensa en sus setenta euros y pensando en un último homenaje a sí mismo antes de irse al otro barrio como consecuencia de las cacicadas realizadas por un desgobierno inútil y patético, decide que un meneo con una de las muchas señoritas de pago que en este curioso lupanar se agolpan, le vendrá muy bien para despedirse de una forma digna de este mundo. Sin pensárselo dos veces, Ramón estaciona su vehículo en un párking habilitado para los clientes de lugar, y que por cierto está a rebosar.

Su mano izquierda empuja una hermosa puerta de madera que parece conducir al paraíso. Música bailable, pantallas de vídeo con carreras de coches, luces de colores y varias decenas de chicas para todos los gustos sentadas mirándole como si él fuera la estrella de aquella multitudinaria fiesta. Llega a la barra y decide tomar un refresco, pero apenas ha llegado a la altura del camarero cuando una rubia monumental le corta el paso invitándole a subir con ella a darse un buen revolcón. En ese momento Ramón olvida sus setenta euros, vuelve a su realidad de los últimos meses y habla de la crisis, de la falta de solvencia y del hijo de puta de Zapatero. Dos furcias más se acercan a él mientras obvian y niegan las palabras crisis y economía para simplemente hablar de sexo. Ya son seis las rameras que giran en torno a él, todas con la misma cantinela. Ramón sale a trancas y barrancas del lugar, necesita respirar, liberarse de esta atmósfera contagiante, y entonces un extraño y muy acertado pensamiento recorre su mente. Zapatero niega la crisis, las putas niegan la crisis, luego ZAPATERO ES UNA PUTA.
 
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