domingo, 17 de agosto de 2008

Lo macabro X

Las adoquinadas calles estaban silenciosas, no había ruido alguno en ellas, ni siquiera una sola señal de vida se alzaba en medio de aquellas sinuosas figuras que dibujaban los contornos de las casas. El frío era constante y seco, un frío penetrante que impregnaba todos los rincones de aquel lugar. No había figura alguna caminando a la luz de las tenues farolas, nada se movía, todo era quietud y silencio; era como una espera, una antesala de algún suceso seriamente extraño.

A lo lejos comienzan a retumbar unos pasos, pasos acelerados, continuos; unos pasos que rebotan por las mil y una esquinas de aquellas calles, que se pierden en sus infinitos recovecos. Son, en definitiva, unos pasos que parecen no tener origen ni dirección, que vienen de todas partes y de ninguna. Se pierden por momentos, de pronto vuelven a surgir, su ritmo decrece, luego se acelera, comienzan incluso a ser irregulares, perturbadores, misteriosos.

Alumbrada muy vagamente por unas lejanas farolas, aparece en la distancia una sombra, que poco a poco va mostrando con más claridad sus contornos. La figura con la capa y el sombrero de ala ancha vuelve a entrar en escena, viene corriendo, se acerca con una prisa inaudita, como si el tiempo fuera en estos momentos el tesoro más preciado. Ondeando su capa al viento y sujetando el sombrero con su mano izquierda, pasa como una exhalación en dirección a un oscuro callejón.

Este callejón es más tétrico y lúgubre de lo habitual, es la oscuridad, la muerte, lo desconocido. En él no hay farolas, no hay luz, sólo se pueden adivinar unas cuantas sombras que parecen corresponder a puertas y ventanas. Las siniestras paredes de las casas parecen estar medio derruidas, como si los más macabros y violentos sentimientos residieran allí todas las noches. La oscuridad es casi total, pero aquella figura ya se ha introducido de lleno en el callejón.

En el más profundo recoveco que oculta este siniestro callejón se halla la oscura figura, de pie medio encorvada junto a una carcomida puerta de madera. Comienzan a sonar unas oxidadas llaves, y muy pronto van entrando una a una y a modo de prueba en la cerradura de esa puerta. La puerta se abre a la quinta tentativa, un chirrido espantoso retumba acompañando el desplazamiento de la misma, y sin más espera ni preámbulos, la figura de la capa penetra en el interior de la construcción. El silencio vuelve a reinar en aquellas calles, la noche continúa.
 
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