viernes, 22 de agosto de 2008

Lo macabro XI

A lo lejos, en la profunda distancia, una extraña aglomeración de ruidos sin demasiado sentido comienza a desarrollar su marcha. El cielo negro que cubre las calles y las casas parece extenderse hasta abarcar todos esos turbadores sonidos. Lentamente, pero sin parar, la extraña y desorganizada sinfonía se acerca a las primeras farolas, las que dan la bienvenida a las angostas calles y a las silenciosas casas. En unos momentos, el estruendo ya retumba sin cesar por todos y cada uno de los rincones de aquel lugar. La noche parece estremecerse.

Unas borrosas manchas comienzan a aparecer a lo lejos, moviéndose de forma sinuosa, lentamente, pero transmitiendo un sentimiento aterrador. La oscuridad que reina más allá de las construcciones no deja ver con exactitud qué es lo que sucede en la fría distancia, pero lo que es seguro es que esas manchas, que ya comienzan a ser figuras, se acercan. Y cada vez la imagen se va aclarando más, como si las propias farolas quisieran dar todo lo que tienen para alumbrar esta inesperada llegada. Incluso comienzan a sentirse las lentas y agónicas pisadas en su aproximación. La noche comienza a cargar su munición, la batalla parece estar dispuesta.

A la cabeza de estas figuras se distingue ya con toda claridad un gigantesco espectro que parece comandar esta macabra expedición. Sus vestiduras rasgadas dejan entrever su putrefacta carne, y ésta a su vez, mientras se desprende y cae al suelo, nos ofrece los asquerosos huesos del siniestro cadáver. Su cara es tétrica, asquerosa, repugnante, con uno de sus ojos que parece mirar a la nada, y el otro colgando a punto de caer al suelo. Su nariz y sus orejas están prácticamente descompuestas, y de su descarnada boca con los dientes podridos intentan salir unos viscosos gusanos. Es un ser tremendamente repulsivo, cuyo único fin es guiar a su ejército de cadáveres.

Tras él se sitúa todo este ejército, de aproximadamente unos cien funestos y tétricos espectros. Algunos conservan casi toda su carne, y el sádico color amarillo de sus rostros es su rasgo más característico; pero otros, sin embargo, no son más que esqueletos que, con una irónica sonrisa en su cadavérica mandíbula, siguen a su líder en este macabro paseo. El estruendoso y pesado caminar mezcla su sonido con el seco chasquido de los huesos, mientras la carne en descomposición aporta también ese peculiar ruido que produce al caer sobre el suelo.

Las primeras farolas alumbran ya con toda claridad las caras de estos fúnebres paseantes, comienza su incursión en las adoquinadas calles. El caminar de estas figuras es el mismo, pesado, triste, sádico, son los pasos de la muerte, que multiplicada por cien, ya transita por entre todas esas casas que se alinean a los lados de las calles. El paisaje es aterrador, el ejército de espectros ha llegado a este silencioso lugar. Las farolas parecen incluso querer ceder su protagonismo, la noche observa, el cielo permanece quieto y callado; lo macabro ha comenzado.
 
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