Una extraña sombra se mueve a gran velocidad, contrastando gravemente con la lentitud y oscilación de los descarnados cuerpos. Unos pasos secos y brillantes retumban en las oscuras esquinas, se extienden poco a poco, se aceleran incluso; es como un ataque, un querer romper la monotonía y el pesado balanceo de los cadáveres mediante un simple sonido. La sombra es confusa, baila de una farola a otra, se mueve, se desliza por las paredes, como huyendo de la vista de estos infernales seres. Éstos, por su parte, comienzan a sentirse amenazados, extraños, intentando buscar ese elemento que les planta cara desde un oculto lugar.
Por el centro de una oscura calle y con la poca luz de algunas farolas a sus espaldas, la figura de la capa y el sombrero de ala ancha corre como poseído por un extraño mal. Sus botas producen ese rechinar que tan molesto parece resultar a los espectros. De vez en cuando su mirada se vuelve hacia atrás, como vigilando que nadie se encuentre cerca. Pero a pesar de estas miradas, su correr no se detiene, gira una esquina y otra, y continúa buscando algún lugar en particular que todavía no ha encontrado. Sus botas siguen desafiando a la noche.
Su carrera parece de pronto finalizar, lentamente los pasos se extinguen, como desvaneciéndose muy poco a poco. Dos gigantescas columnas presiden ahora la escena, dos columnas absurdas, que no sostienen nada, que simplemente forman una perfecta simetría entre ambas. En el mismo centro de este eje simétrico se coloca lentamente la figura de la capa, sus firmes pasos parecen esconder su temor. Su mirada se dirige a la nada, sus enrojecidos ojos brillan de forma poco usual. Situado ya entre las dos columnas queda ante él una larguísima calle, iluminada por dos perfectas hileras de farolas, que brillan más de lo normal. Comienza una intensa espera, los gritos y estruendos de los cadáveres se acentúan, se acerca el momento.