domingo, 26 de octubre de 2008

El doctor, su esposa y la justicia de ZP

Es mi segundo día en el comedor social y me da en la nariz que tal y como Zapatero y sus cabrones han dejado mi economía, estas visitas van para largo. En la puerta me encuentro a Jesús, parece mentira pero con sólo dos sesiones de comedor ya es como si fuéramos amigos de toda la vida. Va a resultar que la pobreza inducida une bastante a la gente. Me comenta que ha estado mirando otro comedor social más cercano a su barrio, pero se ha llevado la desagradable sorpresa de que allí tenía que pagar tres euros para entrar. Me parece una sinvergüencería, se supone que el que acude a este tipo de lugares no tiene un duro ni para comprarse un cartón de huevos, y ya están poniendo precios como si se tratara de ir a comer a un restaurante de menú. Jesús opina lo mismo que yo, para eso te compras huevos y patatas y te haces una tortilla. No sé por qué pero me da en la nariz que ZP y sus iluminadas ideas tienen algo que ver con este indignante asunto.

Entramos y seguimos el ritual de la bandeja, los platos y el agua. Hoy tenemos arroz con verduras y pescado rebozado, ambos platos tienen una pinta realmente asquerosa, pero al menos nos quitarán el hambre. Mientras hacemos cola ya hemos iniciado una interesante conversación sobre la ciudad en la que vivimos, cómo ha cambiado y la cantidad de inmigrantes maleantes que pululan por sus calles. Al hilo de lo expuesto me hago cargo de una curiosa situación, prácticamente todos los que estamos hoy en el comedor somos españoles, apenas veo a tres o cuatro sudakas y a un tipo rubio enorme que parece ruso, búlgaro o algo similar. Parece que esta gente sí que tiene empleo y dinero para comer y han desplazado a los autóctonos hacia la más absoluta de las pobrezas. Es lo que tiene que el dictador social ZP solamente les conceda ayudas a ellos. Y encima nos tenemos que tragar las mentiras de los manipulados medios de comunicación hablando sobre cómo les afecta la crisis a todos estos miserables. Intento no pensar en ello porque no quiero que me siente mal la comida.

No veo a Toni, tampoco a Borrás, aunque éste ayer llegó bastante más tarde. Jesús tampoco sabe nada de ellos, así que nos sentamos tranquilamente a comer, curiosamente en la misma mesa de ayer. En breve se nos une un nuevo personaje, muy educadamente nos pregunta si se puede sentar con nosotros y cordialmente le hacemos un hueco, aunque mucha falta no hace porque la mesa es muy espaciosa. Su nombre es Tomás y va bastante bien arreglado, cuarentón con el pelo canoso, ya ayer me di cuenta de que ni mucho menos este lugar es un nido de harapientos, y es que con quien más se ha cebado el actual desgobierno a la hora de dejar a la gente sin empleo y sueldo es con la clase media. Se le ve apesadumbrado, resignado, casi no nos atrevemos a preguntarle sobre su vida y sus asuntos, pero tras apenas un minuto de silencio es él quien abre la boca para tímidamente preguntarnos qué tal nos va. Jesús resume la misma historia que me contó a mí ayer, su ex-mujer, su empleo perdido, su actual situación, y yo básicamente suelto también algunos esbozos sobre mi pasado. Tomás escucha atentamente y cuando ya se ha empapado de toda la información parece querer lanzarse a hablar sobre sí mismo.

Su historia comienza a confirmar mis sospechas, el nivel intelectual de este recién llegado es muy alto y sin duda su estatus social anterior debía de ser bastante elevado. Tomás era médico hasta hace tres años, bien colocado, trabajando para una clínica privada y con una vida más que apacible y resuelta. Pero un día, prácticamente por sorpresa y a traición, todo se desmoronó. Su mujer estaba liada con otro tipo (una historia más que habitual) y a la muy sinvergüenza le pareció que la mejor manera de quitarse a su marido de en medio era denunciarle por malos tratos, sí, la tan manida violencia machista que tanto gusta a progretas y medios de desinformación. Esta hija de puta incluso tuvo la desfachatez de presentarse en el juicio con autolesiones bastante contundentes, con lo cual la juez de turno, sin necesidad de prueba alguna y basándose únicamente en el testimonio de la señora, mandó a Tomás a la cárcel. Toma ración de zapaterismo, así funcionan las cosas ahora en España gracias a la iluminación de un chalado mental que se aloja en la Moncloa.

Hacía ya un año que Tomás había salido de prisión, de lo cual puedo colegir que la condena no había sido muy grande, pero claro, a él la vida se le había ido totalmente a la mierda. Se había quedado sin mujer, sin casa (que se quedó ella con el otro), sin trabajo y sin dinero (que soltó en forma de indemnización). Ahora no encuentra trabajo de nada y los pocos ahorrillos que le quedan los necesita para alquilar una habitación en la cual malvive. La verdad es que tanto a Jesús como a mí se nos ha revuelto el estómago con la historia del doctor. No me apetece ni acabarme el plato de arroz (además es que está malísimo), así que intento probar suerte con el pescado rebozado. Joder, sabe a plástico, pero intuyendo que más tarde el hambre se puede apoderar de mí, intento hacer el esfuerzo y comienzo a masticar y tragar. Jesús ha tomado ahora la palabra, y es que parece ser que cada vez que aparece la palabra "esposa" en una conversación, revive su historia personal y se toma como propias estas malas experiencias sufridas por los demás.

Casi ya acabando el segundo plato hace acto de aparición en la sala Borrás, con una jovial sonrisa y su típico uniforme de vagabundo. Muchos de los allí presentes le saludan, da la sensación de ser el tipo más conocido del comedor, desde luego en veteranía no le gana nadie, así que es un cierto orgullo que ayer se sentara conmigo. Pero en realidad parece ser que le caemos bien, porque en cuanto nos ve a Jesús y a mí nos saluda a lo lejos y con señas nos indica que en cuanto recoja su comida se sentará con nosotros. Cuando lo hace le presentamos a Tomás, y al igual que nosotros, Borrás se pregunta dónde está Toni, que hoy no ha hecho acto de aparición. Mientras nos cuenta un par de chistes políticos devora su comida a velocidad de vértigo. Por fortuna o por desgracia hoy no asistimos a ningún espectáculo como el del día anterior, con el acuchillamiento de la progre (bien merecido se lo tenía), ni siquiera distingo en las mesas al acuchillador en cuestión. En ese momento me doy cuenta de que muchas de las caras que allí veo ya se me están haciendo familiares. Me despido de mis colegas de mesa ya que tengo algo de prisa, me levanto y salgo en dirección a mi casa pensando cómo mi vida ha cambiado. Gracias a ZP me he convertido en un mísero vagabundo.
 
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