sábado, 25 de octubre de 2008

Historias del comedor social

Es mi primer día en el comedor social. Se veía venir, llevo un año sin trabajo, sin cobrar un duro, malviviendo de lo poco que me encontraba en la cuenta del banco o en las huchas que circulaban por mi morada. Pero la situación ya es límite, hace una semana me cortaron la luz por impago, supongo que en breve el agua y el gas también caeran. No tengo dinero ni para comer, así que, bien informado por algún conocido en la misma situación, me acerco al comedor social a que me den algo para que mi maltrecho estómago se calme. Mientras caminaba hasta aquí, no podía evitar pensar en Zapatero, ese loco peligroso hijo de puta que por su propio capricho y en medio de un gran regodeo personal, ha decidido que muchos españoles tenemos que vernos en esta situación. Se ve que para él es muy guay, progre y moderno. Pero yo me cago en su puta madre.

El comedor es amplio, se me asemeja a esas típicas cantinas presidiarias con mesas para seis u ocho personas, todas muy juntas, con apenas espacio para llegar de una a otra. Por supuesto en un lateral tenemos la comida, dispuesta en varias ollas enormes, tras las cuales se sitúan los voluntarios sociales de turno que van repartiendo platos para los que nos vamos acercando hasta allí en un escrupuloso orden. Ya estoy en la fila, con mi bandeja y mis cubiertos no demasiado lustrosos pero al menos limpios. Sin mediar palabra me ponen dos platos en la bandeja, me retiro hacia una mesa y veo en uno de ellos una especie de sopa marrón en la cual no se atisba ningún tropezón. El otro plato contiene un trozo de pollo (o eso creo) y patatas fritas. Dejo mi bandeja sobre una de las mesas y antes de sentarme me acerco a por un vaso y agua, dispuesta en una especie de depósito enfriador. Por desgracia para mí, ni enfría ni nada parecido, el agua está rancia y asquerosa pero al menos puedo mojarme los labios con algo.

Ya sentado en la mesa empiezo a devorar los alimentos, coño, qué hambre tenía, ni siquiera me fijo que ya se han sentado a mi lado varias personas. Por lo visto son habituales del comedor social, comienzan a hablar entre ellos, una conversación bastante banal, pero ya que estoy envuelto en el aburrimiento me meto de lleno. Es gente simpática, pronto se abren a mí y me hablan sobre ellos. El más dicharachero es Jesús, de unos cuarenta años, muy bien vestido, de traje casi impecable, hasta hace unos meses comercial en una empresa y malviviendo con lo que le quedaba de su sueldo tras pasarle la pensión a su ex-mujer. Ahora ya no le queda nada, maldice el día que se casó e insulta a su ex-pareja y a las putas leyes feministas de Zapatero. Toni es algo mayor, cincuentón, le faltan algunos dientes y no va demasiado aseado, pero se le intuye cierta clase. Se toma su situación con humor, hace ya dos años que no trabaja, era capataz en una obra y se declara un fanático de la lectura. Para su desgracia, cuando llegó su batacazo económico, tuvo que malvender su extensa biblioteca para seguir teniendo techo. Alucino con las historias personales.

Ya voy por el segundo plato, es entonces cuando se sienta otro personaje en nuestra mesa. Le llaman Borrás, tendrá sesenta y largos y viste como un auténtico vagabundo, pantalón de tela bastante sucio, camisa por fuera y una fina rebeca de color verde. Lo que más me llama la atención son sus pantuflas de ir por casa, medio rotas y dejando entrever algún que otro dedo. Todo el mundo le saluda y le conoce, me confiesa que ya es un habitual de los comedores, aunque hace unos años encontró trabajo en una portería y ahí estuvo hasta que una niñata con minifalda le quitó el puesto. Dice que le encantan las mujeres pero que desde que existe esta política de discriminación positiva le dan ganas de abrirle la cabeza a más de una. En ese momento levanto la vista y miro a mi alrededor, no me había dado cuenta hasta entonces, pero de unas cien personas que hay en el comedor, apenas habrá cuatro o cinco mujeres. Parece ser que la crisis no nos afecta a todos por igual.

Entre las historietas de Borrás y las risotadas de Toni ya he acabado con mi ración de comida, me fijo entonces que hay varias personas hablando con los voluntarios que sirven la comida. Son dos chicas jóvenes y un hombre de treinta y tantos. Sus pintas no me inspiran ninguna confianza, son los típicos progretas, ellas con el pelo rojo y gafas de pasta de colorines y él con el pelo corto canoso, patillas y sin afeitar. Vestidos en plan pijos alternativos con colgantes, bolsos y mierdas, y con cara de muy pocos amigos. Parece que le han pegado una bronca al voluntario de turno. Se acercan a las mesas y hablan con algunos de los comensales, que por cierto, les miran con muy mala baba. Una de las pájaras comienza a bromear con un tipo que se está comiendo el plato de sopa, él no dice nada, y ella ríe y ríe soltando continuas idioteces. Todo el comedor ya se ha girado hacia la mesa porque la tía no para de gritar.

Uno de los compañeros de mesa del tipo de la sopa le dice que se calle y les deje en paz, que ya tienen bastantes problemas como para tener que aguantar gracias de imbéciles. La tipa cesa en sus carcajadas y le contesta de malas maneras. Se acerca la otra y hace ademán de iniciar un discursito, qué coño, ahí va, comienza a soltar burradas destinadas a todo el comedor. Comienza, sin venir a cuento, la perorata progre de insultos hacia Aznar, Bush y la guerra de Irak. Nos recuerda que ellos tienen la culpa de que estemos en esta situación, nos miramos todos y comenzamos a alucinar. Un señor mayor, ya cansado de tanta tontería, se levanta y le dice que se meta a Zapatero por el culo, que la culpa del paro que hay en España es de sus iluminadas medidas y reconversiones sociales. Se masca la tensión, la chiflada se acerca escupiendo bilis a donde está este señor y le tilda de facha, nazi y unos cuantos improperios más. La mayoría de la gente pasa, se da la vuelta y sigue comiendo, pero ya hay cuatro o cinco que se han levantado y están insultando a estos tres mequetrefes.

La primera de las gilipollas ahora se dirige a la mesa donde su compañera está discutiendo con el señor mayor, ahora es turno de hablar de las bondades sociales de Zapatero, por lo visto todos podemos comer allí gracias a él. No le falta razón, si no fuera por ZP, yo estaría en mi casa metiéndome una mariscada. De pronto, un tipo con cara de muy pocos amigos, camisa a cuadros y bastante corpulencia se levanta de esa misma mesa y sin mediar palabra se pone junto a la progre que está soltando el discurso. La mira fijamente y le clava el cuchillo con el que estaba comiendo en el estómago. El tipo se da la vuelta y se marcha del comedor tan tranquilo. Nadie sabe cómo reaccionar, la tipa está en el suelo con el suéter lleno de sangre, la otra pega alaridos como una histérica y el tercer capullo está llamando a alguien con el móvil con un nerviosismo más que patente.

Borrás dice que es mejor irse de allí, en realidad todos los de nuestra mesa hemos terminado de comer, así que le hacemos caso. Mientras camino por el pasillo hacia fuera del edificio le pregunto si este tipo de cosas son normales. Toni, que viene detrás, me contesta que más de uno de los que viene allí a comer están tan hasta los cojones de la situación económica y social que hay en España que si pillaran a un simpatizante sociata por medio se lo cargarían sin remisión. Jesús apostilla que tal y como están las cosas es mejor estar en la cárcel que fuera, por lo menos tienes cama y comida, y que se está pensando muy seriamente cometer algún delito. Ya estamos en la calle, todos tenemos algo que hacer esta tarde, aunque gracias a Zapatero no sea trabajar, así que nos despedimos, especialmente yo que soy el nuevo, y nos emplazamos para el día siguiente. Borrás ya se ha ido, Jesús no sabe si mañana podrá venir, pero Toni me confirma su presencia. Como supongo que seguiré sin trabajo y sin dinero, yo también estaré. Mientras camino hacia casa pienso en lo sucedido y me convenzo totalmente de que hay que asesinar a todos los votantes del PSOE, responsables directos de mi desgracia económica.
 
Clicky Web Analytics